Los primitos

Arcadi Espada.



Yo veo a los animales de un modo parecido a como se ven los primos del pueblo. De mi sangre, aunque algo brutos y con un concepto de la higiene distinto. Mi acuerdo con las teorías darwinianas es total, pero eso no me hace ver mejor a los animales, sino peor al hombre. Y desde luego si me repugna el populismo, cómo no va a repugnarme el animalismo: la creciente promiscuidad entre hombres y animales (a los que nuestro buen burgués llama ahora «mascotas») me parece casi siempre ridícula y a veces moralmente humillante. Un marca indiscutible del progreso humano es la segregación, duramente trabajada, entre hombres y animales. Pero en los últimos tiempos la segregación está aflojándose. Familias limpias, sin pecado concebidas, acarician, besuquean y tal vez a sus bichos con una dejación especista francamente preocupante. Lo que jamás permitirían a sus hijos, esto es atravesar el salón con las pezuñas cagadas se lo permiten al bulldog; las babas, que no tolerarían de padres ni de maridos, permiten que mojen ahora sus almohadas; ¡pero es que son babas agridulces de minino! Y no hablemos de lo que ocurre en el espacio público. Una próstata de varón cansado deshogándose en un parque provoca que las madres empiecen a dar grititos y corran a buscar a los niños; pero cuando Eleonora Duncan, que así son capaces de llamarla, levanta su pata hasta el ángulo, una indiferencia de milenios se instala, animalito. La única fiera doméstica que me infunde transigencia y hasta admiración es la boa constrictor o asimilados que algunos guardan en la bañera; pero solo porque en estos casos, extremos, pero pedagógicos, han conseguido que su dueño sea la mascota.
Dados estos antecedentes el dilecto lector convendrá hasta qué punto me he sentido aliviado con la lectura de un artículo en The Atlantic que cuenta la proeza investigadora del científico checo Jaroslav Flegr, en torno de un parásito de gato, el T. gondii. La esquizofrenia, el suicidio y las conductas de riesgo están probablemente relacionadas con la anidación en los humanos del parásito, campechanamente llamado, lo que son los azares, Toxo. El artículo incluye este memorable pasaje del mayor especialista en esquizofrenia, el psiquiatra Fuller Torrey: «La esquizofrenia no se extendió hasta la última mitad del siglo XVIII, cuando por primera vez la gente de París y de Londres empezó a tener gatos como mascotas.»
Como es natural yo no sé si las mascotas traen a sus amos la esquizofrenia. Pero que su mera presencia agobiante e insidosa describe la enfermedad de sus amos, y en su más puro sentido etimológico de escisión y quiebra… Ah, de eso lo cierto es que no tengo duda alguna.
(El Mundo, 16 de febrero de 2012)

No hay comentarios:

Publicar un comentario