Otro primero de enero. ¿Qué ocurre en Cuba a los 53 años de instaurada la dictadura comunista? Algunas cosas importantes. Fidel, a sus 85 años, ya no manda. Cuando no dormita, se entretiene viendo la TV internacional y leyendo informes. Lo tratan como si mantuviera alguna autoridad. El Comandante advierte que su hermano Raúl está deshaciendo su “obra revolucionaria”, pero no puede evitarlo, aunque a veces llama a sus viejos amiguetes para quejarse. Estos odian escucharlo. La oreja de la Seguridad del Estado es poderosa y cualquier complicidad, aunque sea pasiva, costaría muy cara. Le responden con evasivas. Allí le llaman a eso “hablar para los micrófonos”. Raúl Castro, mientras, continúa la lenta demolición del desastre que le dejó su hermano.
El juicio, resumido por uno de los allegados, a condición de no revelar su nombre, es implacable: “El problema más grande del país no es el embargo estadounidense, sino la herencia del fidelismo. Raúl debería fusilar a unos cuantos’’. Raúl no va a fusilar a nadie. Fue un joven sanguinario, mas la ancianidad y la influencia de su hija Mariela lo han moderado. Raúl tiene tres objetivos. El primero, mantenerse en el poder. El segundo, aliviar la improductividad del sistema. El tercero, organizar la transmisión de la autoridad para que su muerte no interrumpa el control de la dinastía. Marx, equivocado en casi todo, tenía cierta razón cuando aseguraba que las relaciones de producción generaban las percepciones. Cuba es un desastre del que millones quieren escapar. Raúl quiere desmontar el sistema con una demolición controlada. Eso no funciona, ya están comprobándolo. La economía de mercado exitosa es producto de un orden espontáneo, no de la planificación de burócratas trasnochados. Por eso caen los índices de producción agrícola; por eso los microempresarios autorizados —los “cuentapropistas”— descubren cuán difícil es actuar en un ambiente económico que depende de un Estado muy torpe. La demanda de libertades civiles es creciente. Los cubanos, incluidos los simpatizantes de la dictadura, quieren viajar libremente. Casi todos esperaban que se eliminara la ‘tarjeta blanca’ o permiso de salida. Los que estaban fuera pensaban que se suprimiría la necesidad de visa para ingresar. Pero Raúl se negó. Tiene miedo. Sabe que los regímenes comunistas, como ha descrito el periodista Juan Manuel Cao, “colapsan por la estampida de la gente que huye”. Su apuesta, absurda, irreal, es por una mejora sustancial de las condiciones de vida de los cubanos hasta que se reconciliarán con el gobierno y con el sistema híbrido de socio-capitalismo de partido único y mano dura. Eso no va a ocurrir nunca. A estas alturas debería saberlo.
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