He escrito sobre algunos llorones: Aznar, Ricardo Costa, Moratinos y Chacón.Las circunstancias no fueron iguales, pero todos ellos lloraron en público, y porque se iban de algún lugar. Ahora debe añadirse el caso de la ministra italiana de Trabajo, Elsa Fornero, que acaba de llegar. Lágrimas socialtecnócratas. A la legitimidad por las lágrimas. ¿Quién reprochará ahora al Gobierno Monti que no haya pasado por las urnas? En la sociedad del líquido Bauman no hay mejor baño de masas que el baño de lágrimas. Ni blindaje más impenetrable que el sentimental. En un diario italiano hay el que ha escrito, lo juro duro, que «también los técnicos tienen alma.» Los españoles, y en especial los progres españoles, deberían tener cuidado con la supuesta honradez que las lágrimas llevan incorporadas. Al fin y al cabo los españoles gozamos de la inquietante experiencia de haber visto llorar (y lo peor: hacer pucheros) al Carnicerito de Málaga. Por lo demás, resbalan empalagosas por el tarro mediático las equiparaciones entre la sinceridad, la verdad y el lagrimeo por parte de comentaristas que a diferencia de mí nunca se las han visto con un cocodrilo de cerca. Pero esas bobadas ficcionales, propias del que aprendió en la sauna que la primera obligación de un escritor es meterse en la piel de sus personajes y sudar, no es lo más grave del nuevo dramón.
Yo desconozco la causa de las lágrimas de la ministra Fornero, de 63 años de edad. Aunque puedo manejar hipótesis. Una de ellas es que esté sometida a un nivel de estrés desconocido: hasta hace dos semanas esta economista dirigía un tranquilo centro de estudios. Es posible que ahora duerma poco y vaya cansada. Y el cansancio afloja los esfínteres sentimentales. Una mala condición física sería la causa más disculpable de su incorrecto proceder público. Pero la hipótesis no agrada a la prensa rosa, oxímoron. Y así sentencia que la causa de las lágrimas de la ministra es que iba a anunciar la congelación de las pensiones. Se comprende. Es una decisión algo más catastrófica que la que provocó en Cataluña las lágrimas de la directora de TV3, que se derramó en sede parlamentaria cuando iba a anunciar que ya no televisaría más partidos de fútbol, es decir, más partidos del llamado Barça.
Pero, en fin, esas lágrimas así interpretadas son una excelente noticia. El que un dirigente rompa a llorar por tener que congelar transitoriamente las pensiones o el fútbol solo significa que en nuestro mundo, pueril y malcriado, se ha decretado la felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario