Una vez le pregunté al jefe de Tata Consulting Services, una gigantesca firma india de tecnología de la información, cuántos de sus ejecutivos de alto rango habían trabajado o estudiado en el exterior. "Todos", respondió.
Las personas más talentosas del mundo son excepcionalmente móviles. Cuando se mudan a Estados Unidos, hacen que el país sea más inteligente, y no sólo porque son inteligentes. Es también porque la migración crea conexiones.
Un par de generaciones atrás, los inmigrantes podían partir rumbo a EE.UU. y nunca más volver a ver a sus viejos amigos. Hoy, pueden enviar mensajes de texto a sus hermanos, hacer transferencias electrónicas de dinero a sus socios de negocios y volar de regreso a su país de origen con regularidad.
Así forman redes. Indios inteligentes de Silicon Valley charlan constantemente con indios inteligentes en Bangalore. Chinos y peruanos listos hacen lo propio. Las redes de las diásporas aceleran el flujo de ideas a través de las fronteras y esto tiene consecuencias de vasto alcance.
Eso potencia exponencialmente el comercio. Los inmigrantes con frecuencia fundan compañías que son multinacionales desde el primer día. Consideren esta historia de Mei Xu. Nació en China durante la Revolución Cultural. Sus recuerdos de la infancia son de encierro en un pequeño cuarto mientras sus padres eran blancos de arengas de una turba maoísta por ser "burgueses".
Ahora vive en un suburbio de Maryland y opera un negocio transoceánico. Comenzó cuando advirtió una brecha en el mercado estadounidenses de velas elegantes. Las diseñó ella misma y convenció a su hermana en China para que estableciera una fábrica para producirlas. Ahora su firma, Pacific Trade International, factura US$100 millones al año.
Su éxito depende de tener un pie en cada país. Comprende los gustos estadounidenses. Y tiene contactos en China, sin lo cual tendría dificultades para conseguir que se hagan cosas.
Los contactos son cruciales en los mercados emergentes, porque el estado de derecho suele ser débil. Si uno no puede contar con los tribunales para velar por los contratos, uno tiene que saber en quién puede confiar. William Kerr de la Escuela de Negocios de Harvard ha demostrado que a las firmas estadounidenses que contratan inmigrantes les resulta más fácil hacer negocios con los países de origen de estos inmigrantes.
Esto importa para EE.UU.: la mayor parte del crecimiento en la economía global está en los mercados emergentes. Y el efecto de la diáspora es muy grande. Por ejemplo, alrededor de 70% de la inversión extranjera directa en China pasa por personas de la comunidad china que viven fuera de China continental.
Las redes de inmigrantes también aceleran la difusión de la tecnología. Los investigadores inmigrantes en EE.UU. constantemente intercambian ideas con sus amigos en los países de los que son oriundos. Con las idas y vueltas, estas ideas evolucionan.
Por ejemplo, tres ingenieros indo-estadounidenses tuvieron la idea de adaptar la tecnología de enfriado de una computadora para un refrigerador. Mediante una presentación personal, su firma de Texas, Sheetak Inc., se conectó con Godrej & Boyce, fabricante de electrodomésticos de Mumbai. Juntos, desarrollaron una heladera que cuesta solamente US$70.
Los consumidores indios y chinos demandan productos ultrabaratos. Los ingenieros locales fuerzan cada neurona para inventar tales productos "frugales", que son superlativamente más baratos que sus equivalentes de Occidente. Hablamos de casas prefabricadas de US$300 y operaciones de corazón por US$1.800.
Si EE.UU. quiere aprovechar el torrente de innovación que comienza a salir de los mercados emergentes, tiene que seguir permitiendo el ingreso de inmigrantes de dichos lugares. Algunos se quedarán; otros terminarán volviendo a sus países. De cualquier modo, sus ideas seguirán fluyendo por EE.UU. Un estudio de la Fundación Kauffman concluyó que dos tercios de los emprendedores indios que regresan a India mantienen al menos contacto mensual con sus ex colegas en EE.UU. Los chinos que vuelven son casi igual de locuaces.
Los inmigrantes también proveen a EE.UU. un batallón de diplomáticos, reclutadores y gestores no oficiales. Cuando visitan los países donde nacieron, es posible que se quejen de la política exterior estadounidense. Pero también hablan de sus empleos bien remunerados, sus vecinos agradables, y la vida vibrante de las iglesias estadounidenses.
Y los inmigrantes con frecuencia absorben y propagan los ideales estadounidenses. La apertura de la economía india en 1991 fue inspirada en parte por el éxito de los indios que vivían en el exterior. (Durante la era cerrada, un legislador le preguntó osadamente a Indira Gandhi: "¿Puede la primera ministra explicar por qué los indios parecen prosperar económicamente bajo cualquier gobierno en el mundo excepto el de ella?")
Hoy, los estudiantes de China que llegan a EE.UU. no dejan de advertir que el aire es más limpio, la gente es más rica, y el sistema político permite que la gente elija un nuevo gobierno sin derramamiento de sangre.
Cientos de miles de chinos educados en el exterior, conocidos como "tortugas de mar", han regresado a China en la pasada década. Son la élite, suficientemente brillantes como para ganar becas o suficientemente ricos como para pagar aranceles universitarios de EE.UU. Ahora muchos son altamente influyentes. Dominan el sector tecnológico chino, las universidades chinas y los centros de estudios que asesoran al gobierno en Beijing. También están ascendiendo paulatinamente dentro del Partido Comunista.
Cheng Li de la Institución Brookings calcula que las tortugas de mar representaban 6% del comité central del Partido Comunista en 2002. Cuando asuma la próxima generación de líderes en 2012, espera, representarán entre 15% y 17%. Pocas tortugas de mar regresan al país proclamando en voz alta los méritos de la democracia. Eso sería suicidio profesional. Pero la eventual transición de China a un voto por persona seguramente llegará más pronto, y con menos sobresaltos, porque una proporción tan alta de la élite china ha visto de primera mano cómo funcionan las sociedades libres.
En tanto los inmigrantes cualificados hacen de EE.UU. un país más inteligente, más rico y más influyente, el proceso para obtener una visa de trabajo es desesperantemente lento, caprichoso y humillante. El debate político en EE.UU. está concentrado casi totalmente en mantener alejados a trabajadores mexicanos no cualificados, lo cual es extraño, ya que dejaron de venir en grandes cantidades cuando el sector de la construcción se desplomó en 2008.
Los inmigrantes cualificados tienen opciones. Canadá, Australia y Nueva Zelanda les abren las puertas. EE.UU., en contraste, les permite venir a estudiar y luego los echa cuando se gradúan. El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, llama esto "suicidio nacional". Tiene razón. Que EE.UU. cierre las puertas a inmigrantes es como si Arabia Saudita incendiara sus yacimientos petrolíferos.
Guest es editor de negocios de The Economist. Su nuevo libro es "Borderless Economics: Chinese Sea Turtles, Indian Fridges and the New Fruits of Global Capitalism" (Palgrave Macmillan).
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