Otro tumulto. Arcadi Espada


Me alegra grandemente que Berlusconi ya no esté al frente del Gobierno de Italia. Empezando por la televisión y acabando por los peluquines congrega gran parte de lo que desprecio. Además, se me ocurren pocas formas de hacerse viejo peores que la de un viejo verde. Sin embargo, hay rasgos preocupantes en la crónica general del abandono. Parece que Berlusconi, para empezar, estuviera en el poder por algo distinto del voto del pueblo. Y, evidentemente, una de las más desagradables e instructivas lecciones que se derivan de su larga y asqueante jefatura es el carácter, tantas veces atrabiliario, del voto de los ciudadanos. Yo me digo a mí mismo, y muchas veces al día, qué gran liberal no sería si tuviese pueblo. Pero que el pueblo se equivoque no quiere decir que esté secuestrado. Ni siquiera por la televisión berlusconiana. Los ciudadanos son perfectamente conscientes de lo que hacen. A veces son conscientes, incluso, de que votan por joder; y de que su voto no es más que una forma concreta de desesperación y de rechazo. Por el contrario, y para dar explicación de sus fracasos, la izquierda patrocina con indudable fruición el secuestro del pueblo. Un secuestro que, huelga decirlo, jamás se puede producir cuando la votan a ella. Cuando la izquierda gana siempre es gracias al voto libre del pueblo informado y consciente.

Estas percepciones tan asimétricas se han repetido ahora a propósito de la dimisión. Imaginemos por un momento qué habría sucedido si hubieran apartado del Gobierno de Italia a un político de izquierdas de la popularidad y obstinación de Berlusconi. Pues algo de lo que levemente sucedió con Papandreu, aunque elevado a la enésima potencia indignada. ¡Lo que se habría escrito bajo el titular de que los poderes financieros fuerzan la salida del primer ministro… etcétera! La dimisión, que se ha producido sin que el Parlamento haya escenificado (¡al menos escenificado!) la pérdida de mayoría, ha tenido algo de tumulto y aproxima, insólitamente, la plaza Tahrir y los mercados financieros: de algún modo se filtra la convicción de que el poder de Berlusconi era tan ilegítimo como el de aquel Mubarak egipcio. La operación es peligrosa. Entre otras cosas porque abre las puertas al populismo más degenerado. El que explotará de indignación y acusará a Mario Monti de ilegítimo si este, a despecho de sus suaves maneras de gentleman, empieza a practicar la cirugía de hierro que tarde o temprano le espera a la gigantesca mentira de Italia.

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