La crisis alcanzó su punto de mayor contracción a mediados de 2009. Desde entonces se produjo una doble reacción: la percepción general fue que la situación empeoraba, y las autoridades insistieron en que mejoraba gracias a su intervención. Ambas nociones eran engañosas: la economía mejora desde hace dos años, y el intervencionismo público no sólo no contribuyó a esa mejoría sino que la frenó y puede haber acabado abortándola.
Las tasas anuales de crecimiento de nuestro PIB fueron del -3,7 % y -0,1 % en 2009 y 2010 respectivamente. En cuanto a 2011 y 2012, las previsiones de la Comisión Europea conocidas ayer estiman el crecimiento en el 0,7 % cada año. El Instituto Flores de Lemus las estimó en el 0,7 % este año y el 1 % el año próximo. En cuanto a las tasas trimestrales, han sido positivas en los dos primeros trimestres de 2011, pero negativas en el tercero. Para la CE el registro también será negativo en este cuarto trimestre que estamos atravesando. Otros organismos no lo tienen claro y, como siempre, las predicciones de la economía han de ser tomadas con cautela.
De todas maneras, está claro que la percepción según la cual nuestra economía seguía hacia abajo no era correcta, porque de hecho remontó, aunque lentamente, hasta este verano.
Las características de esa débil remontada tienen que ver con la segunda reacción equivocada: el crecimiento de la economía se explica por el ajuste del sector privado, mientras que el público hizo lo contrario de lo que debía, al aumentar impuestos, gastos y deuda, y no abrir los mercados. Esto retrasó el final del ajuste, aumentando los costes sobre las empresas y obstaculizando la reasignación de capital y trabajo hacia nuevas inversiones y empleos.
Para colmo de males, la intervención llevó rápidamente a las finanzas públicas hacia situaciones de riesgo, porque a la subida de los gastos se le unió el derrumbe de la recaudación por el freno en la actividad. Y en eso estamos ahora, con los problemas de insostenibilidad que plantean los héroes que son en realidad villanos.
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