Parece que un Dan Porat pasó cinco años buscando al niño del gueto de Varsovia. No lo encontró. Bueno, bien, sucede muchas veces.
Lo sorprendente es que escriba esto, no sé si antes o después de narrar en un libro su búsqueda.
«Había llegado a una vía muerta. El niño no era Issy, no era Tsvi, tampoco era Pesach, ni ninguno de los otros nombres que había investigado. Entonces comprendí que había estado haciéndome la pregunta equivocada. Lo importante no era quién era ese niño. El niño estaba muerto. Le dispararían un minuto después de tomar la fotografía o le gasearían una semana más tarde. No sacaría nada de averiguar su nombre.
Ese niño anónimo con la mirada de profundo horror nos cuenta la historia de esos miles de niños y niñas que murieron en el Holocausto y también la de esos supervivientes a los que les robaron la infancia. Ese niño, con las manos extendidas hacia el cielo como si buscase algo en él, siempre servirá como recordatorio de la crueldad de la humanidad hacia sus semejantes y de la obligación de defender a nuestros niños de un destino similar. La cuestión más importante sigue siendo: ¿cómo podemos evitar que se vuelva a fotografiar a un soldado apuntando con un rifle a unos niños?»
Sorprendente. Y lo de la vía muerta tiene pelotas retóricas. «Comprendí que había estado haciéndome la pregunta equivocada». Bien, cinco años. «Lo importante no era quién era ese niño». Vaya. Y esto: «el niño estaba muerto»
No.
Este es uno de los graves problemas de lo real. Porat no puede escribir esa frase. Ni nadie, de momento. Por eso empezó a buscar al niño. Por atravesar la metáfora. Uno sólo se pone en marcha porque entre un hombre y una metáfora aún hay clases.
No hay comentarios:
Publicar un comentario