Coca-Cola, la Guerra Fría y Billy Wilder. Javier Bilbao


Asamblea Nacional francesa, 28 de febrero de 1950. Un diputado del Partido Comunista interpela al Ministro de Sanidad, Pierre Schneiter:

-Señor Ministro, se está vendiendo una bebida en los bulevares de París llamada Coca-Cola.

-Lo sé.

-Esto es serio, así que usted lo conoce y no está haciendo nada para impedirlo.

- No tengo, de momento, razones para actuar.

- Esto no es una simple cuestión económica, tampoco una simple cuestión de salud pública: esto es una cuestión política. Nosotros queremos saber si, por razones  políticas, usted va a permitir a los norteamericanos envenenar a los franceses y las francesas.

Uno. La Europa de postguerra

La Segunda Guerra Mundial dejó tras de sí una Europa devastada y exhausta pero todavía con ganas de seguir pegándose. En un plazo asombrosamente breve, los enemigos pasaron a ser aliados, y los hasta ayer aliados pasaron a convertirse en la mayor amenaza. Ya en 1946Churchill popularizó la expresión “Telón de acero” para referirse a este nuevo escenario. El bloqueo del Berlín occidental en el 48 ordenado por Stalin y el puente aéreo con el que fue sorteado; la toma del poder por los marxistas en cada país Europa del Este en lo que aparentaba ser un implacable efecto dominó; el estallido de la guerra en Corea en 1950… la escalada en el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la democracia liberal y el comunismo, parecía imparable. Aquí iba a haber hostias, y de las atómicas.

Así que a finales de los 40 y comienzos de los 50, Europa vivía sumida en la pobreza de la postguerra, el caldo de cultivo ideal para un movimiento revolucionario. Los partidos de izquierda estaban disfrutando de un gran prestigio por su reciente historial de resistencia antinazi en los países que habían sido ocupados por el III Reich. Mientras, los más conservadores intentaban sortear la vergüenza de su colaboracionismo, cuando no eran directamente encarcelados. Los intelectuales de todo el continente abrazaban con entusiasmo la causa marxista-leninista (hasta el mismísimo Albert Camusinicialmente lo era) y la Unión Soviética era admirada y temida por su acelerada industrialización y la capacidad de movilización y sacrificio que había demostrado durante la guerra. En Francia en 1946 el PCF obtuvo el 28% de los votos, y en Italia su respectivo partido comunista contaba en 1953 con la muy respetable cantidad de más de dos millones de afiliados.



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