Cracovia, Holocausto, Schindler, Pena de muerte. Arcadi Espada.

Vía Arcadi Espada.


De los aproximadamente veinte mil judíos que vivían en Cracovia sólo quedaron vivos alrededor de 200. Pero su memoria está muy viva en la ciudad. El barrio de Kazimierz, donde la mayoría de ellos vivían, es uno de los lugares más agradables. Queda mucho por reconstruir y por limpiar, pero en unos años se habrá convertido en un pequeño Village, si las cosas van bien. Hoy todavía se ven escenas un poco estrambóticas como la de esa madre rolliza que puso a cagar a su niña, casi mocita, en un rincón cercano a la sinagoga Stara, luego le limpió el culo con cierto cuidado, la mocita se subió las bragas, grandecitas, y juntas entraron muy campantes en la sinagoga. Pero estas escenas ya digo que están a punto de desaparecer de Kazimierz.
Aparte del barrio, y de las rutas por el gueto, que arrancan de la plaza de las sillas (Zgody, Concordia), está la fábrica Schindler donde hace un año abrió un museo extraordinario dedicado a la vida en la ciudad entre 1939 y 1945. Un ejemplo moderno, libre y riguroso de reconstruir «un allí y entonces». E incluso popular. Sale uno de allí y no ha lugar a la habitual pregunta final de este tipo de exposiciones documentales: «¿Y bien, por qué no se habrán limitado a hacer una web, más barata y eficaz?». La realidad virtual de la exposición, hecha de objetos, periódicos, películas, voces, es eficacísima y emocionante y creo que uno se hace una idea verosímil de lo inimaginable. El museo, ya digo, ocupa la antigua fábrica del empresario alemán, cuya actitud salvó la vida de cientos de judíos. Y vive, claro está, del éxito impresionante de la película de Spielberg. Esa película que tiene el seco problema justamente señalado por Álvaro Lozano: en vez de morir casi todos se salvan casi todos. Yo soy un gran defensor de la vida extrauterina, pero, en efecto, ésa es una estafa formidable. Murieron. Y es lástima que los principales de sus verdugos también murieran a manos de la justicia vencedora. Qué grave error la pena de muerte. Con lo interesante que habría sido un Eichmann encerrado de por vida, examinado cada quince minutos por científicos, y sometido a la posibilidad de abrirse a la verdad que trae el enevejecimiento, ese aflojamiento general de esfínteres. Qué dilapidación la pena de muerte. Una de estas noches de viaje, de vueltas y duermevelas continuos, cuando se te queda en la cabeza una idea prendida obsesivamente, y quisieras quitártela y dormir como una blanca tabla rasa pensaba proponerle al mundo legal la obligación que tendrían todos los psicópatas de dar su cadáver a la ciencia. Que es la pena de muerte que necesita nuestro tiempo.

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