The Brain on Trial - El cerebro a juicio. David Eagleman

Actualización (10.08.2011). María Teresa Giménez Barbat.


Actualización (08.08.2011). Comentario de Juanjo M. Jambrina.
Entiendo poco de lo que quiere contarnos Eagleman de nuevo y eso ya es una mala noticia. La discusión sobre el libre albedrío me la ahorro porque como decía el Guardia Civil Sazatornil en Amanece que no es un poco “…en casa siempre nos ha gustado mucho el tema del libre albedrío, es un tema apasionante”. Pero lo que no me gusta nada es la facilidad con que Eagleman construye sus relatos de los hechos. Es peor que Capote en “A sangre fría”. Fue leer la biografía de Charles Whitman y su glioblastoma multiforme y echarme a temblar. No podía ser cierto que se presentase a un tipo como Whitman con esa apariencia de normalidad. Dice Eagleman: “Junto a la conmoción de los asesinatos se hallaba otra sorpresa, aún más oculta: la yuxtaposición de sus aberrantes actos con su anodina vida personal.”


Hombre, pues para ser anodina, la Wikipedia habla de que el padre de Whitman abusaba física y psicológicamente de su mujer y de sus hijos. También se refiere que Charles era un un consumidor excesivo de anfetaminas, drogas vinculadas a las psicosis paranoides en individuos predispuestos. En fin, hacía todo lo que puede hacer un tipo anodino en la anodina y húmeda Austin. Y eso con solo rascar en la Wikipedia.


Y es que aunque los Eagleman del mundo se empeñen, no todos podemos ser Whitman por mucho glioblastoma multiforme que nos crezca en la cabeza.

Vía Arcadi Espada (Here in English):

 Este es un artículo imponente. Sobre todo es imponente lo que lo motiva. El principal reto del futuro será vivir en un mundo donde la responsabilidad personal se habrá diluido. El artículo lleva una idea muy inquietante. Hasta ahora la ciencia es capaz de señalar el origen biológico de las desviaciones exageradas. Pero la cuestión no es que las desviaciones comunes no lo tengan. Es que aún no podemos detectarlo:


El cerebro a juicio. David Eagleman

El húmedo 1 de agosto de 1966, Charles Whitman tomó un ascensor al último piso de la torre de la Universidad de Texas en Austin. Tenía 25 años. Subió las escaleras hasta el mirador, cargando un baúl repleto de armas y munición. Arriba, mató a una recepcionista con la culata de su rifle. Aparecieron dos familias de turistas por el hueco de la escalera; les disparó a quemarropa. Después empezó a disparar indiscriminadamente desde arriba a las personas que estaban abajo. La primera mujer a la que disparó estaba embarazada. Cuando su novio se arrodilló para auxiliarla, Whitman le disparó también. Disparó a los peatones de la calle y a un conductor de ambulancia que había venido a rescatarlos.


La noche anterior, Whitman se había sentado a su máquina de escribir y redactado una nota de suicidio:
«No me entiendo a mí mismo estos días. Se supone que soy un joven medianamente razonable e inteligente. Sin embargo, últimamente (no logro recordar cuándo empezó) he sido víctima de muchos pensamientos extraños e irracionales.»
Para cuando la policía lo mató a tiros, Whitman había matado a 13 personas y herido a otras 32. La noticia de esta masacre copó los titulares del día siguiente. Y cuando la policía fue a su casa a investigar las pistas, la historia se volvió aún más extraña: en las primeras horas de la mañana del día del tiroteo, había asesinado a su madre y apuñalado a su mujer hasta la muerte mientras dormía.
«Fue después de pensarlo mucho que decidí matar a mi mujer, Kathy, esta noche… La quiero mucho y ha sido la buena mujer que cualquier hombre pudiera desear. No puedo señalar ninguna razón específica para hacer esto…»
Junto a la conmoción de los asesinatos se hallaba otra sorpresa, aún más oculta: la yuxtaposición de sus aberrantes actos con su anodina vida personal. Whitman era Scout Águila y ex marine, estudió ingeniería arquitectónica en la Universidad de Texas; trabajó brevemente como cajero de un banco y fue monitor voluntario en la V Tropa de los Boy Scouts de Austin. De niño, había obtenido 138 puntos en la escala de Stanford-Binet, situándose en el percentil 99. De modo que, tras su masacre desde la torre de la Universidad de Texas, todo el mundo quería respuestas.

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