La propuesta de Felipe González de despenalización de la droga. Razonable. Discutible. Es probable que en una primera instancia aumentaran las muertes y otros desastres de salud. Las drogas, generalmente hablando, traen graves problemas. El último descrito alude a las drogas blandas y la adolescencia: fumar hachís parece influir en el desarrollo de la esquizofrenia. Una apreciable ventaja, sin embargo: se reduciría la delincuencia de un modo drástico. Aunque también es evidente que no cabe confundir la despenalización de las drogas con la instauración de la bondad universal, como se deduce de algunos apasionados argumentos: desgraciadamente, el mal, como el bien, como la misma vida, siempre acaba encontrando su camino. Es difícil, también argumentar, en nombre de la libertad: no todo lo que puede hacerse debe hacerse. Pero hay una realidad al alcance de cualquiera en las farmacias: uno puede matarse con 40 paracetamoles y ver bichos con un puñado de antihistamínicos. La clandestinidad añade prestigio y emoción al acto de drogarse; pero también una dispersa inseguridad. Comprar drogas en el estanco, bien descritas, clasificadas y con fecha de caducidad, da una inexorable tranquilidad comercial, aburridamente burocrática; pero facilitará el consumo.
Para mí, sin embargo, sólo hay algo indiscutible. Sigo desde muy jovencito el mandato de Vizinczey. “No fumes, ni bebas, ni te drogues. Para escribir necesitas todo tu cerebro.” No conozco ningún caso en que la experiencia de la drogadicción haya conducido a nadie a un conocimiento mas profundo del mundo. Las drogas son responsables de una cantidad inmensa de pésimos poemas. Hasta los narcocorridos han de escribirse serenos. Las drogas son capaces de hacer que un hombre corra los 100 metros por debajo de los 8 segundos; pero fracasan gravemente en el endecasílabo. En cuanto al placer atentan contra uno de sus pilares, que es la capacidad de racionalizarlo. El placer de la droga coloca el hombre al nivel del perro. Es un nivel, sin duda; para el que guste del olisqueo. Cualquier droga es una eficaz aliada del olvido; yo he venido al mundo a recordarlo todo, y más allá de la muerte.
Hay que despenalizar las drogas porque es el método idóneo para impulsar su conocimiento. Hay que disipar la niebla combinada de la literatura y del crimen. Hay que mostrar la extremada banalidad de su mecanismo, y arrancar la responsabilidad de la adicción al diablo para entregársela a los circuitos cerebrales regulados por la dopamina. La droga es sólo pecado. “Soy lo prohibido”, cantaba el Bambino, sin saber qué otra cosa podía ser. Las drogas, en fin, merecen el mismo fulminante apotegma que la religión: no hay otro mundo.
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