El perdón político

Arcadi Espada.



  Querido J:
Hace tiempo que los nacionalistas vascos exigen que el Estado español pida perdón por el bombardeo de Guernica. Esta semana aprovecharon el 75 aniversario de la matanza para tratar de conseguir una declaración formal delparlamento vasco. Por un voto, y gracias a la alianza entre el Partido Socialista, el Partido Popular y UPyD, no lo consiguieron. Los aviones de la Legión Cóndor mataron a unas 150 personas y fueron enviados por el gobierno de Alemania, que era entonces un aliado crucial del general Franco. Creo que tú y yo siempre hemos estado de acuerdo en lo que podríamos llamar «la continuidad del Estado», y recuerdo una correspondencia donde hablábamos de ello a propósito del Valle de los Caídos y de la necesidad de los gobiernos de asumir la historia, al modo, perfectamente gráfico, como cuelgan de las paredes de los ministerios los retratos de sus ministros, sin distinguir entre los que sirvieron a dictaduras o a democracias. Yo creo que el Estado español ha de hacer suyos los crímenes de la Legión Cóndor, como por cierto, lo hace el Estado alemán. Y debería hacerlos suyos, incluso, en la hipótesis ucrónica de que el gobierno republicano hubiera ganado la guerra. Cuando un Estado fracasa en la misión de proteger a sus ciudadanos es plausible que pida perdón. La cuestión clave es a quién debe pedirlo.
Solo a las víctimas, simbólicamente, y a sus familiares vivos, les debe ese perdón. Una a una y con toda la solemnidad que se requiera; pero solo a las víctimas. Cualquier otra sinécdoque es improcedente: ni a la ciudad de Guernica, ni al pueblo ni al Gobierno vascos debe el Estado pedir perdón. En Guernica y en el resto del País Vasco habitaban personas que, aun horrorizándose de ese bombardeo y de tantos otros, los aprobaron. Y que luego colaboraron con la larga dictadura que sobrevino a las bombas. Las sinécdoques llevan al extraño punto de tener que pedir perdón a los verdugos. O lo que es peor: a los hipócritas.
No repugna a mi razón que algún gobierno español hubiera pedido perdón a las víctimas de la guerra civil. Siempre que fuera a todas las víctimas. La gestión de la memoria histórica del presidente Zapatero se ladea, precisamente, por este punto: la corazonada de que aquel presidente pretendía que el Estado distinguiera entre víctimas. Como lo hizo el franquismo. Ese innoble momento en que el Estado se convierte en una facción.
En cuanto al gobierno vasco, qué decir. Lo profundamente significativo de la proposición que debatió el parlamento es que el gobierno vasco no quedaba incluido en la exigencia de perdón. El gobierno vasco que gobernaba en Guernica el 26 de abril de 1937. El actual gobierno vasco que representa la continuidad del Estado tanto como el actual gobierno español. Nadie tiene que pedir perdón al gobierno vasco por las bombas de Guernica. Es él el que debe pedirlo.
Verás.
Como tantos otros asuntos vascos todo esto se entiende bien a la torva luz de los crímenes de ETA. Como era su obligación, y aunque tarde, el gobierno vasco pidió perdón a las víctimas de ETA. Ibarretxe, 2007. Nadie pudo pensar, entonces y ahora, que el jefe de gobierno vasco pidiera perdón por un crimen que él hubiera cometido. Los asesinos eran otros, pero el sentido del Estado acabó determinando su decisión: el gobierno vasco no había dado a sus ciudadanos una protección eficaz. Ibarretxe podía ponerse, sin grandes dificultades, del mismo lado moral que las víctimas. Y argumentar, también, que él mismo y su partido habían sido víctimas. Aunque en su declaración hablase retóricamente de deberes morales (como sugiriendo una oscura connivencia pasiva con los criminales) su nítido pecado era, por así decirlo, técnico. Y está descrito en estas palabras de su mensaje institucional: «Las instituciones hemos trabajado con todas nuestras fuerzas para defender la seguridad de la personas, pero en muchos casos no ha sido suficiente.» En efecto: no cumplieron con la obligación sagrada del Estado. Que yo sepa ningún político español exigió de Ibarretxe que pidiera perdón al entonces presidente Zapatero por los crímenes de ETA. Ibarretxe no pidió perdón ni al gobierno ni tampoco al pueblo español. Es natural. ¡Ibarretxe era un gobernante español y su gobierno formaba parte del Estado español! Por supuesto, tampoco pidió perdón al pueblo vasco. Sabía que entre los vascos había muchos que aprobaban, aunque fuera por pasiva (refleja) los crímenes de ETA. Al igual que había vascos que habían aprobado los crímenes de la Legión Cóndor. Ya hemos hablado del peligro de las sinécdoques. La clave del perdón político es la siguiente: son los Estados los que deben pedir perdón a las víctimas. Ningún asesino puede aspirar a la legitimidad de ser perdonado.
Poco tiene que ver el perdón político con el que pueda vincular a víctimas y verdugos. Ciertas personas, formadas sobre todo en alguna tradición religiosa, llegan a considerar un deber el perdón de sus enemigos. No tengo mucho que decir sobre este asunto. Leo las crónicas del encuentro entre terroristas y víctimas, y lo cierto es que me inspiran una estremecida curiosidad humana. Es verdad que no acabo de comprender la publicidad que se da a estos encuentros, porque me parece que el perdón forma parte de una delicada trama íntima entre partes. Entiendo mejor la publicidad del verdugo: tal vez quiera aspirar a alguna forma de perdón colectivo. Más difícil de entender me parece la exhibición de las víctimas. Pero yo qué sé.
En cualquier caso, estoy de acuerdo con el Gobierno en despreciar, como herramienta de decisión política, la exigencia de que los verdugos pidan perdón a sus víctimas. Exigir ese perdón es abaratarlo. Pida usted perdón y en dos minutos estará en la calle. Mucho más razonable me parece la obligación de mostrar (¡y no declarar!) el perdón por la vía de los hechos: exigir de los aspirantes a reinsertarse en la humanidad la información de que dispongan sobre su pasado tumefacto, sobre las cuentas pendientes, sobre las complicidades, sobre los crímenes no resueltos. Celebraría que el gobierno no cayera en la literaturización de la circunstancia. Más datos y menos psicoanálisis.
En cuanto al perdón político, de vuelta a él, creo que los ciudadanos españoles estarían dispuestos a concederlo a un gobierno que en nombre del Estado y su continuidad pidiera perdón por no haber sabido proteger la vida y la hacienda de miles de sus ciudadanos durante cuatro décadas infames.
Sigue con salud
A.
(El Mundo, 28 de abril de 2012)

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