Esta vez los terroristas del grupo Gamboa de ETA no esperaron a que los guardias civiles se alejaran del estadio, como ocurrió en Guecho. Desde una posición alta, y escondidos detrás de una tapia, los etarras –tres individuos con el rostro cubierto– ametrallaron a los agentes que salían por una puerta trasera del estadio, cuando todavía un gran número de aficionados no había abandonado el recinto pues hacía escasamente un minuto que había terminado el partido. Mariano Criado, que marchaba más rezagado, fue alcanzado por un disparo en el cuello que le causó la muerte en el acto. Sus compañeros se escondieron detrás del autobús del equipo visitante, el Tudelano, e intentaron repeler el ataque terrorista que provocó heridas graves al agente Antonio Pinel Romeroy al niño de 13 años Jesús Orbegozo Beristain. El primero, herido en el hombro, tardó nueve meses en ser dado de alta, mientras que el niño Jesús Orbegozo, que recibió dos impactos en la pierna y el hombro, estuvo ingresado cuarenta y cinco días.
El pánico se desató entre el numeroso público que todavía estaba en las gradas, que se puso a cubierto como pudo. Desde los vestuarios del campo, en los que se habían refugiado unas cincuenta personas, se veían las piernas de un guardia civil tendido en el suelo. El gobernador civil de la provincia desmintió que el niño Jesús Orbegozo fuese alcanzado por las balas disparadas por los guardias civiles ya que se encontraba detrás de las fuerzas del orden. Tanto él como el guardia civil Antonio Pinel fueron trasladados a la Clínica San Cosme y San Damián, de Tolosa.
Los agresores se dieron a la fuga en un automóvil cuyos datos coincidían con el vehículo robado a punta de pistola ese mismo día en la localidad guipuzcoana de Azpeitia.
Al día siguiente, lunes 6 de noviembre, se celebraba el funeral por el alma de Mariano Criado en la Iglesia de Santa María de Tolosa. Dentro y fuera del templo se vivieron momentos de gran tensión. A los gritos proferidos por varias mujeres de guardias civiles en contra de la democracia y a favor de la restauración de la dictadura se sumaron otros de "Muerte a los asesinos" y "no queremos medallas, queremos irnos de aquí y no queremos vivir entre gente asesina". También se oyeron gritos contra Martín Villa y contra el Gobierno en general.
Al finalizar el acto religioso, al que asistieron las autoridades civiles y militares, acompañadas del consejero de Interior del Consejo General vasco, Txiki Benegas, numerosos guardias civiles, que mantuvieron en todo momento una disciplina férrea sin dar un solo grito, rompieron a llorar al ver cómo el féretro con los restos de su compañero era introducido en el furgón que emprendería el viaje hacia Cáceres, donde sería enterrado.
En 1982 la Audiencia Nacional condenó a los autores del atentado –José Luis Martín Elustondo, José Ignacio Goicoechea Arandia y Joaquín Zubillaga Artola– a sendas penas de 27 años de prisión mayor por el asesinato de Mariano Criado, y a dos penas de 12 años de prisión menor por los dos asesinatos frustrados.
Mariano Criado Ramajo tenía 24 años, estaba casado y era natural de Cáceres, ciudad en la que se encontraba hospitalizada su mujer que estaba a punto de dar a luz al primer hijo de la pareja.
La madre de Manuel, que estaba en su domicilio, pudo ver parte del atentado desde la ventana del mismo. Su padre bajó rápidamente a la calle y, hasta que el juez ordenó el levantamiento del cadáver, estuvo abrazado a él.
ETA reivindicó el atentado mediante llamada al Diario Vasco indicando, además, dónde habían dejado abandonado el vehículo utilizado para huir.
Manuel Carrasco Merchán, obrero en paro de 27 años de edad, al que no se le conocían vinculaciones políticas de ningún tipo, era natural de Higuera de Vargas (Badajoz), pero desde niño vivía en el País Vasco, adonde sus padres emigraron instalándose en Villabona. Un año antes de ser asesinado, Manuel Carrasco había contraído matrimonio con Esther Pintado y se había trasladado a vivir al caserío Ugareberri en Asteasu, próximo a Villabona, donde seguía teniendo a parte de sus amigos y a sus padres, por lo que era frecuente que se trasladase a la localidad. La primera hija del matrimonio, Estíbaliz, había nacido dos semanas antes de que Manuel fuese acribillado a tiros por la banda terrorista. Esther tenía entonces 24 años y se quedó "sola", "sin ayudas" y sintiendo el "rechazo" de buena parte de los vecinos de Asteasu, como contó en el Parlamento vasco en abril de 2008, con motivo de la inauguración de una escultura en memoria de las víctimas (El Correo, 12/04/2008). Su historia es una más de esas historias de desamparo y soledad en la que han vivido, o sobrevivido, las víctimas de ETA. En mayo de 2008 relató a El País cómo cambió su vida de la noche a la mañana, y con una niña de quince días a la que sacar adelante:
Tuvo que ver la cabeza destrozada de su marido para convencerse de que le habían asesinado. Y hoy todavía espera que le den una explicación los dos amigos que le acompañaban aquel sábado a mediodía en un bar de Asteasu y que desaparecieron tras el atentado. "No dieron la cara. Se largaron en horas, sin despedirse. Les he buscado por Internet, pero no he logrado nada". "Se me cortó la leche del impacto", recuerda. Se quedó sin marido, sin dinero, sin amigos, y bajo la sospecha de que "estábamos metidos en algo". Ayudada por sus padres, pagó el funeral y la lápida para enterrar a su marido. (...) Consiguió una pensión mínima y una casa que le dejó una amiga. Al año del asesinato, una mujer del pueblo le espetó: "Y tú, ¿por qué no te vas?" (...) "Yo me decía: seguiré aquí. Mi hija es de aquí y va a seguir siendo de aquí. No tengo porqué marcharme de este país, donde vine siendo muy pequeña, y dejar a mis padres y mi familia. No he hecho nada. Quiero demostrar que no estoy metida en nada y soy una persona como las demás" (...) Ha vivido estos 25 años en un feudo de Batasuna y cree que el actual alcalde, aunque del PNV, "no será capaz de hacer un homenaje a mi marido, como es su deber según la ley". Su hija Estíbaliz ha estudiado en la ikastola y convive con naturalidad con jóvenes radicales. ¿Guarda rencor? "Ella haría lo que fuera por preguntarle al asesino de su padre por qué le disparó", responde. Ella sí que le ha seguido la pista desde su detención en Francia y sabe que sigue en la cárcel. "Si me lo cruzara en la calle, le reconocería con mirar su cara". (El País, 18/05/2008).
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