Se dice que el mercado no es libre. Quienes reconocen la coacción del Estado, a veces insisten en que esa coacción se extiende más allá de la política. Al ser usted mucho más pobre que Amancio Ortega, al partir desde posiciones tan desiguales ¿cómo negar que su fuerza (de él) puede llevar a su dominación (de usted)?
La conclusión, pues, es que la coacción del Estado es imprescindible para evitar la opresión de los ricos y poderosos sobre los pobres y débiles. En ausencia de esa coacción justa y benéfica, el pez grande se comería al chico, etc. Estos argumentos, muy populares, ignoran que las leyes pueden existir y hacerse cumplir sin un Estado gigantesco como el actual. También ignoran que, en realidad, el poder económico no es poder. Por muy rico que sea el señor Ortega, hay una cosa que no puede hacer: no puede obligarle a usted a comprar en Zara. Será poderoso, pero no puede hacer eso; tiene que persuadirle a usted, convencerle de que entre en una de sus tiendas y compre. Esto es típico del mercado. Ahora veamos qué sucede cuando no hay mercado, cuando las relaciones entre las personas no se basan en la propiedad privada y los contratos voluntarios sino en el poder político y un supuesto “contrato social”. Pues pasa lo contrario que con Amancio Ortega. Porque la alternativa al mercado es el Estado, y el Estado sí puede obligarle a usted a pagar. ¿De verdad pretenden convencernos de que mercado y política son igualmente coercitivos?
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