LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -El Cuchillo de Zanja, sitio donde renació para los cubanos la pequeña empresa privada, es por estos días una prueba, otra, irrefutable y lastimera, de esa insana magia de que se vale el régimen para hacer que fracase todo buen proyecto.
Hace apenas algo más de una década, este lugar, corazón del barrio chino habanero, volvió a ser punto de masiva convergencia para nuestra gente, a la vez que parada de rigor en todos los recorridos turísticos por la capital de la Isla.
La apertura de una docena de restaurantes de participación familiar, administrados por descendientes de los antiguos culíes que fundaron la zona, no sólo nos había devuelto aquellos exquisitos aromas y sabores casi olvidados de la cocina asiática y de la chino-cubana. También, y sobre todo, nos retrotrajo la eficiencia comercial, la extraordinaria laboriosidad y esa imbatible voluntad de empresa que es atributo de los chinos, y que, especialmente para nuestras nuevas generaciones, resultaba ya más que extraña, inconcebible.
El enclave no pudo ser mejor escogido. Justo a la entrada del Cuchillo de Zanja (también conocido como el Boulevard del Barrio Chino, o el Callejón del Cuchillo) existió la primera fonda de comidas baratas de Cuba, creada por Chang Leng, en el siglo XIX. Ningún otro sitio tan idóneo entonces para el renacimiento del pequeño comercio privado, que había sido suprimido entre nosotros, varias décadas atrás, por un absurdo y pernicioso decreto del gobierno.
Aquel proyecto representaba, además, un persuasivo ejemplo para fomentar la iniciativa particular de los cubanos como opción ante la crisis económica del país.
Los restaurantes no eran completamente privados, puesto que sus locales (antiguas casas de vivienda de las que se apropió el gobierno, gracias a la muerte o a la emigración de sus dueños) pertenecen a la Oficina del Historiador de la Ciudad. No obstante, al menos al principio, recibieron apoyo de parte del Grupo Promotor del Barrio Chino, entidad estatal encargada de prestarles atención directa, cobrándosela a precio de oro, pero con la imprescindible efectividad.
Y así funcionaron durante varios años, convertidos en una muy socorrida alternativa de recreación nocturna y de fines de semana para muchos habaneros. No había propuesta más tentadora para iniciar una relación de pareja, o para agasajar al pariente que vino de visita desde el exterior, o para celebrar cumpleaños y aniversarios, que una invitación al Cuchillo del Barrio Chino.
Tampoco hubo (no hay todavía) en La Habana otra muestra tan convincente de lo que es posible lograr, en unos pocos años, a través del trabajo por cuenta propia.
Pero pasó el tiempo. Sobrevino una nueva apertura para el establecimiento de pequeños negocios, y, con ella, la proliferación de restaurantes y cafeterías en todas las zonas céntricas. El Cuchillo de Zanja comenzaría entonces a perder terreno, debido a un grupo de inconvenientes y desventajas competitivas, detrás de los cuales parece asomar la fea jeta el monopolio expropiador de la Oficina del Historiador de la Ciudad, mediante su empresa turística Habaguanex.
Así, pues, este sitio, que hasta ayer de tarde fue emblema de la eficacia comercial, se sostiene ahora a duras penas, con peligro incluso de caer en la descomercialización.
De las trece familias de ascendencia china que, con modestos capitales de su propiedad, participaron en la apertura de los restaurantes, sólo quedan dos. El resto se vio precisado a renunciar, pasando sus administraciones a quienes se atreviesen a asumirlas, fueran o no de origen chino. Por cierto, el último traspaso, ocurrido hace poco, permaneció vacante durante largos meses sin que apareciera un aspirante. Una de estas familias fundadoras entregó sus derechos al Estado. Y a una de ellas se los retiraron por negarse a seguir pagando los abusivos impuestos de la Oficina Nacional de Administración Tributaria.
Precisamente en el sistema tributario radica una de las desventajas competitivas que hoy desangran a los administradores del Cuchillo de Zanja. Sus impuestos no sólo son muchísimo más altos que los de cualquier restaurante particular ubicado en otras zonas de La Habana, sino que deben ser pagados íntegramente con divisas, a diferencia de muchos otros establecimientos.
Como si fuera poco, también están obligados a pagar en divisas la electricidad, el agua, los suministros y, en fin, todos los servicios que les brinda el Estado, cuyas entidades gozan por ley de la máxima prioridad como sus proveedores. Ello, desde luego, les obliga a vender más caro, con la consecuente pérdida de la clientela.
¿Qué explica este trato particularmente oneroso para con el sitio que inició la pequeña empresa privada en Cuba, demostrando su factibilidad de un modo tan rotundo?
Los administradores del Cuchillo de Zanja, tanto en grupo como individualmente, han acudido a las diversas instancias para rogar atención, demostrando de todas las maneras posibles el tratamiento discriminatorio de que son víctimas. Pero es inútil. No pueden cambiar el orden de las cosas, porque al parecer las cosas han sido ordenadas de esa forma obedeciendo a un plan que persigue vencerlos por cansancio para que dejen vía libre al Estado.
Se asegura, incluso, que los directivos de Habanaguanex ya tienen preparado un diseño de explotación comercial para el momento en que el enclave pase totalmente a sus manos. Sólo están esperando ver caer a sus pies la fruta madura.
Mientras, los del Cuchillo de Zanja sobreviven a la buena de Dios. Ni siquiera pueden contar con la ayuda de la embajada china, pues a ésta le asiste únicamente la facultad de atender a un reducido grupo de restaurantes ubicados en las Sociedades Chinas de Instrucción y Recreo, cuyos inmuebles sí están comprendidos dentro de su jurisdicción diplomática. Pero el área del Cuchillo era de casas particulares que hoy pertenecen al gobierno, por mala ley.
Hasta hace poco, el único apoyo desinteresado y efectivo que recibían era del general Moisés Sio Wong, combatiente del Ejército Rebelde y hombre fuerte en el gobierno, que había sido hijo de un pequeño comerciante chino, por lo que se mostraba especialmente sensible ante ellos. Pero después del fallecimiento de Sio Wong, en febrero de 2010, sólo les han quedado, como recurrencia y abrigo, los espectros de los antiguos culíes que fundaron aquel sitio y que aún parecen vagar por allí, tan perplejos y desesperanzados como en sus peores épocas, con el cuchillo de la traición clavado en sus almas, una vez más, y hasta el cabo.
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