PUERTO PADRE, Cuba, agosto, www.cubanet.org – Alertamos desde esta ciudad la pasada semana: “no hay jabón ni detergente, y el agua es escasa y de dudosa calidad”.
Gracias a Dios que, aunque el agua sigue siendo escasa y de dudosa calidad, esta semana los comercios fueron abastecidos y ya es posible conseguir jabón de lavar y de tocador a cinco y seis pesos, y detergente desde 50 centavos en divisas hasta cerca de dos pesos en moneda convertible (cuc).
A menos de 200 kilómetros tenemos epidemias: cólera al sur, en la vecina provincia Granma, y dengue al oeste, en Camagüey.
Aunque fuentes oficiales lo niegan, se dice que aquí tenemos al menos un caso de dengue.
“El paciente fue trasladado al hospital provincial con diagnóstico reservado”, dijo a este cronista una fuente médica.
“No tenemos confirmado que sea dengue, pero bien puede serlo”, indicó un funcionario de Salud Pública.
Si toda el área del Caribe está en alerta ante la aparición de brotes de dengue, particularmente aquí están dadas las condiciones para la eclosión de esa pandemia.
Una red de acueductos y alcantarillados con salideros a cada paso mantienen encharcadas no pocas calles de la ciudad, haciéndolas un paraíso para los mosquitos.
Es verdad: Existe indolencia ciudadana y proliferan los basureros en plena calle, a las puertas de las casas. Pero también es cierto que el gobierno mantiene un deficiente sistema de recogida de basura y ejercita un pésimo control sobre tan importante tarea.
La basura aquí se recoge en carretones tirados por caballos o por bueyes, sin las mínimas condiciones higiénicas, desbordados y descubiertos, que a su paso van regando toda suerte de desperdicios por las calles.
Solo las dos avenidas principales mantienen una limpieza óptima en este muladar donde convivimos con ratas, cucarachas, moscas y mosquitos.
Pero no es este solo un problema local. Es una situación de degeneración cívica agravada por el estado de “sobrevivencia sociopolítica” en que vivimos a escala nacional.
Es cierto: la indigencia propicia la abulia. Pero si los que perdieron la voluntad poco o nada hacen por su higiene y por la higiene colectiva, los emprendedores, los que luchan, también propician –o les han hecho propiciar- el caos en que vivimos.
En pleno siglo XXI nos transportamos en coches tirados por caballos y, para redondear nuestras entradas o mejorar la dieta, criamos cerdos, gallinas, conejos y cuanto animal reporte ganancia o alimento. Así transformamos la ciudad en “ciudad-establo”.
¿Imagina usted una ciudad-establo? Animales encerrados en restringidos espacios, comederos, bebederos, estiércol, orines, olores menos nobles, enjambres de moscas y mosquitos, y todo esto conviviendo en una urbe donde el agua es escasa, el jabón es caro y los insecticidas poco menos que desconocidos.
No sería rara una pandemia de dengue, de cólera o vaya usted a saber de cuántas otras epidemias en una ciudad-establo. Raro sería que los arquitectos de los “establos-ciudades” admitan que en ellas las gentes contraen epidemias. Sabido es que aún no se ha descubierto una vacuna contra la hipocresía.
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