Está muy bien que los políticos estadounidenses expresen su profundo dolor por la muerte del disidente pacifista cubano Oswaldo Payá. Pero si realmente quieren honrar su memoria, deberían dejar de asumir posturas agresivas contra Cuba que al final del día le hacen el juego a la dictadura de los hermanos Castro.
Tuve el honor de entrevistar a Payá casi una docena de veces en las últimas dos décadas, y al releer mis notas esta semana, luego de su trágica muerte en un misterioso accidente automovilístico en Cuba, advertí que hay una constante en todas sus declaraciones: Payá sostuvo siempre que las palabras o actitudes hostiles de Washington contra Cuba eran contraproducentes.
Payá, un verdadero Mahatma Gandhi de Cuba que fue postulado varias veces para el Premio Nobel de la Paz, defendía la acción no violenta dentro de las leyes existentes en Cuba. En el 2002, reunió 24,000 firmas dentro de Cuba para pedir un referéndum sobre si deberían permitirse las libertades fundamentales. El régimen militar desestimó la petición, pero la semillita quedó plantada.
En las conversaciones que sostuvimos a lo largo de los años, Payá me dijo repetidamente que las posturas de línea dura de Washington contribuyen a que el régimen de los Castro perpetúe el mito de que Estados Unidos se está preparando para invadir la isla en cualquier momento, y de que los exiliados cubanos en Miami quieren desalojar a los cubanos de las casas que ellos dejaron atrás al abandonar Cuba.
Esos temores pueden parecer ridículos para la gente informada que vive fuera de Cuba, pero están arraigados en una isla donde no hay libertad de prensa, y donde la propaganda oficial ha venido bombardeando a la población con ese mensaje desde hace varias décadas, decía Payá.
En mayo del 2004, días después de que el presidente George W. Bush anunciara nuevas restricciones para los viajes desde Estados Unidos y en los envíos de dinero a la isla, Payá me dijo —tal como lo escribí en The Miami Herald en ese momento— que las nuevas sanciones eran una mala idea.
Ese tipo de medidas son contraproducentes porque desvían la atención de la confrontación entre la dictadura y el pueblo cubano, y la concentran en la confrontación entre Cuba y Estados Unidos, que es exactamente lo que quieren los hermanos Castro, me dijo. “Volvemos a Cuba versus Estados Unidos, una vez más”, lamentó Payá.
¿Qué debería hacer Estados Unidos?, le pregunté. Payá, que se oponía al embargo estadounidense a la isla, respondió que Washington debería dar a los disidentes pacíficos “apoyo político y moral”, pero sin imponerle sanciones a la isla.
Refiriéndose a las restricciones que Bush había impuesto a los viajes y los envíos, dijo: “Pienso que los que impulsaron esto miraron hacia sí mismos, y no hacia Cuba y hacia el movimiento de oposición pacífica”.
En octubre del 2007, horas antes de que Bush pronunciara un discurso anunciando nuevas iniciativas sobre Cuba, Payá me dijo que “Bush, o cualquiera que lo suceda, debe separar la retórica de Estados Unidos sobre Cuba: Aumentar la defensa de los derechos humanos, y dejar de lado los anuncios sobre ‘programas’ y ‘comisiones’ norteamericanas para la transición de Cuba, que huelen a intervencionismo de Estados Unidos”.
En enero del 2008, cuando le pregunté por las visitas a Cuba de los presidentes de Brasil, México y otros países latinoamericanos, Payá dijo que esos viajes eran “visitas de palacio” que —lejos de acelerar la transición de Cuba hacia la democracia— contribuían a fortalecer al régimen cubano.
“Nosotros no pedimos ingerencia ni intervención en los asuntos internos de Cuba, pero si solidaridad con la causa de los derechos humanos, del diálogo y del cambio pacífico en Cuba”, dijo. Al visitar la isla para reunirse con el régimen pero no con los líderes de la oposición, los líderes visitantes “están contribuyendo a endurecer más a este régimen, y a desalentar al pueblo de Cuba”.
Mi opinión: Ahora que el virtual candidato republicano Mitt Romney está acusando al gobierno del Presidente Obama de ser blando con Cuba, y que la campaña de Romney está prometiendo restablecer las restricciones de los viajes y los envíos a la isla, es un buen momento para recordar lo que decía Payá.
Endurecer las medidas de EEUU contra Cuba en un momento en que los octogenarios dictadores militares de la isla están llegando al final de sus vidas sólo serviría para darles oxígeno político, y permitirles aducir que Cuba es un David luchando contra un Goliat.
Si Romney y sus seguidores son realmente sinceros al decir que quieren una Cuba libre —y no están solamente tratando de ganar votos—, deberían prestar atención a los consejos de Payá y ofrecer apoyo moral y político a la oposición en Cuba, pero sin meter al gobierno de Estados Unidos en el conflicto.
Twitter: @oppenheimera
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