LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Para muchos quizás el tema de la prostitución en Cuba resulte ya aburrido, pero hay algunas historias que, aunque comunes, resultan especialmente tristes.
Carla, es una habanera de 30 años que vive en el municipio 10 de Octubre, es divorciada y madre de dos niños. Es maestra graduada de Matemática, profesión que ejerció, y que hasta hace muy poco combinaba con su trabajo de prostituta en las noches.
Según me cuenta, todo comenzó cuando su esposo quedó desempleado al reducirse la plantilla en su empresa y ella pasó a ser la principal proveedora del sustento de la casa. Con su salario mensual de maestra, de 400 pesos (unos 16 dólares), asumió la responsabilidad de mantener a su familia, con dos niños pequeños. Pero el sueldo no alcanzaba ni para la primera semana del mes.
Fue una amiga que ya ejercía el oficio quien le presentó a su primer cliente: un alemán que le pagó 50 dólares –más que tres meses de su salario– por una sola noche como dama de compañía, incluso sin que llegaran a tener relaciones sexuales. Todo fue con el consentimiento de su esposo, que se quedó en casa cuidando los niños, para que ella pudiera “luchar”.
Me cuenta Carla:
“El primer cliente fue bastante fácil, pero no todos fueron así. Los gustos eran muy variados, a veces realmente raros y había que asumirlo, porque es mucha la competencia en la calle. Hay un momento en que no puedes dar marcha atrás, y terminas insensibilizándote, eres un trozo de carne en venta. A veces, solo me quedaba cerrar los ojos y pensar en que lo hacía por mis hijos.
Una noche, en una discoteca, conocí a un español. Un hombre muy amable y culto, que después de bailar conmigo me dijo que el no buscaba una mujer, sino un hombre. Era la primera vez que me veía en esta situación, y lo primero que me pasó por la mente fue llamar a mi marido para contárselo. Mi marido me dijo que él lo haría, que si yo me sacrificaba él también podía hacerlo. Poco tiempo después de eso, el matrimonio comenzó a desmoronarse, hasta que nos separamos.”
Después de la separación, la madre de Carla asumió el cuidado de los niños para que ella pudiera trabajar en las noches. Con la nueva profesión, su vida, en lo económico, había mejorado mucho y toda la familia se beneficiaba de las ganancias. Un día comenzó a sentirse mal. Fue al médico y encontraron que era positiva VIH SIDA.
Carla está ahora ingresada en un hospital, donde la conocí, debido a una crisis de su enfermedad. Su madre sigue cuidando los niños y el ex marido sigue desempleado.
Yo, sentado a su lado, escucho la historia real que parece más bien sacada de una mala telenovela. Al despedirme, me dice con una triste sonrisa: “Mañana me traen a mis niños, ojala tenga tiempo para verlos crecer un poco más.”
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