Tengo una pregunta, y es quién se dedica a la política en el Gobierno y en el partido del gobierno. Sabemos que a la política no pueden dedicarse, por ejemplo, los ministros Guindos y Montoro. Ellos se dedican a cuadrar y a cuadrarse y es imprescindible que sigan en ello. En cuanto al presidente Rajoy, es verdad que los gallegos no se meten en política («¡haga como yo…!»); pero aún así. El caso de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría merece mayor atención. Después de cinco meses en el gobierno, ejerciendo un poder en teoría omnímodo, aún se espera de ella que haga su primera declaración política: sobre todo, porque la coordinación entre sus ministros, visto el espectáculo, no debe de ocuparle mucho tiempo.
Quizá, y venciendo la vergüenza, haya que explicar qué supone hacer política. En primer lugar supone la práctica del generalismo. No es la ministra Mato, sacando y metiendo la tarjeta sanitaria, ni el ministro Wert apagando y encendiendo los semáforos de la reforma educativa ni el ministro Margallo en sus Argentinas, dubitativo entre los barcos y la honra, ni los ya citados ministros económicos manejando sus arañas aritméticas. Hacer política es insertar todos esos movimientos en un relato claro, coherente, justificado y hasta orgulloso. Hacer política no es tuiteo sino escritura.
Hacer política es también la exhibición de las convicciones; gozar del escrúpulo del principio de la realidad, pero sin olvidar que un político es parte inexorable y activa de ese principio. La realidad, por ejemplo, es que en Andalucía y en Cataluña el gobierno afronta mayorías políticas regionales peligrosamente contrarias a sus propósitos. Pero la impresión dominante va mucho más allá de este dato objetivo. La impresión dominante es que allí el gobierno no gobierna ni piensa gobernar. El PP ha perdido las elecciones andaluzas pero eso no le da derecho a guardar un depresivo silencio sobre el exceso andaluz que va configurándose (bajo la mirada complaciente e irresponsable del líder de la oposición) y del que la sesión de constitución del nuevo parlamento fue su preludio dadá. El PP no gobernará nunca en Cataluña, pero ni siquiera las comprensibles aspiraciones de su líder catalana a llevar una vida regalada justifican la pasividad con la que el partido está encarando la continua deslegitimación del Estado que llevan a cabo, con obsesiva pertinacia, los dirigentes nacionalistas. Para hablar del País Vasco será mejor esperar unos meses. Tétricos.
Cualquier gobierno tiene un relato. Pero yo no había visto aún ninguno que estuviera siendo escrito en solitario por sus enemigos.
(El Mundo, 26 de abril de 2012)
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