Como hemos explicado en textos anteriores, Suecia fue un país pobre hasta los años 70 del siglo XIX. En aquellos años, la Revolución Industrial y el Capitalismo permitieron que el país dejase atrás la pobreza que, hasta entonces, empujaba a miles de suecos a la emigración. Con el paso de los años, Suecia fue desarrollando una economía abierta, dinámica y competitiva.
Hasta finales de los años 40, los impulsos intervencionistas del Partido Socialdemócrata sueco habían sido contenidos. En 1950, el gobierno recaudaba el 21% del PIB y los impuestos aún no habían experimentado grandes subidas. Sin embargo, a lo largo de las décadas siguientes, el incremento de la presión fiscal fue casi continuado, hasta situar el gasto público por encima del 70% del PIB.
Muchos comentaristas han argumentado que los sucesivos triunfos electorales de la izquierda sueca legitimaban estas políticas fiscales. Sin embargo, si analizamos con cuidado las estrategias tributarias seguidas por el Partido Socialdemócrata, encontramos que gran parte de estas medidas se articuló con la creación de impuestos indirectos, aprovechando el alto grado de “invisibilidad” de estas tasas ante los contribuyentes.
La siguiente gráfica demuestra que, desde 1965, el aumento de la recaudación fue financiado vía impuestos menos evidentes para el contribuyente: cotizaciones, IVA…
La línea azul muestra que, en términos absolutos, la presión fiscal ha experimentado una subida muy notable. Sin embargo, la línea amarilla confirma que los impuestos directos se han mantenido estables, mientras que los indirectos, reflejados en la línea gris, han aumentado de forma sistemática.
Si los políticos suecos no hubiesen disparado la fiscalidad indirecta, la presión fiscal se habría mantenido por debajo del 35%. Sin embargo, este mecanismo ha demostrado su éxito a la hora de ocultar a la población la factura total de sus obligaciones con Hacienda. Como demuestran las encuestas, los suecos estiman que pagan menos del 35% de sus ingresos al fisco, cuando en realidad están comprometiendo casi el 65%.
Como recuerda el analista Nima Sanandaji, nacido en Irán pero afincado en Suecia desde su infancia, la estrategia de usar impuestos indirectos para aumentar los presupuestos públicos ha sido ampliamente discutida por economistas como Amilcare Puviani o James Buchanan. El primero predijo en 1903 lo que el segundo explicaría décadas después: recurrir a tasas “invisibles” permite aumentar los ingresos del Estado con un coste electoral menor para los políticos.
La siguiente gráfica demuestra que esta estrategia también ha funcionado en Finlandia, donde los impuestos indirectos han servido para expandir el gasto público de forma continuada.
De nuevo, podemos ver que el aumento de la recaudación reflejado en la línea azul se ha financiado recurriendo a los impuestos “invisibles”, representados por una línea gris que ha experimentado una subida neta muy considerable frente a la línea amarilla de los impuestos directos, que se mantiene mucho más estable con el paso de los años.
Un sistema así acaba por generar una cultura de irresponsabilidad. Hace treinta años, ocho de cada diez suecos se oponía a quienes usan el “Estado del Bienestar” para vivir a costa de los demás. Hace diez años, ese porcentaje había bajado del 82% al 55%.
Un sistema así estaba condenado al fracaso. Así, en los años 90, el paro saltó del 2% al 14%. El déficit público llegó a superar el 11%, mientras que el gasto público sobrepasó el 70% del PIB. Entre 1970 y 1990, Suecia pasó de ser el cuarto país más rico en el ránking per cápita a ocupar la decimoséptima posición.
Ante una situación límite, Suecia renunció al intervencionismo cerril y volvió a buscar soluciones de mercado para sus problemas. Las siguientes gráficas muestran la evolución de la libertad económica en EEUU, Suecia y Finlandia, de acuerdo con las calificaciones de los dos índices más influyentes en esta materia (publicados, respectivamente, por la Fundación Heritage y el Wall Street Journal y por el Instituto Fraser y el Instituto CATO). Ambos estudios muestran que ambos países escandinavos acumulan años de reformas liberales.
Entre los cambios que ha adoptado Suecia para abrir su modelo socioeconómicoencontramos liberalizaciones sectoriales, privatización de monopolios, bajadas de impuestos, aprobación de un sistema de cheques para la educación y la sanidad, capitalización parcial del sistema de pensiones… Hablamos, pues, de una batería de medidas que ha ayudado a que Suecia le gane el pulso a la Gran Recesión y se convierta en un ejemplo de apertura económica.
La creatividad tributaria que ayudó a financiar el “populismo del bienestar” ha sido sustituida por la creatividad liberal de las reformas que han dado un nuevo impulso al viejo Reino de Suecia.
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