La desigualdad está correlacionada con la geografía. Dice Branko Milanovic en The haves and the have-nots que el 80% de nuestra renta personal se explica por el país del que somos ciudadanos y por la renta de nuestros padres.
El 20% restante corresponde a otros factores que no controlamos (la suerte, el sexo o la edad) y que sí controlamos (el esfuerzo). Pero nuestro esfuerzo contará tanto menos cuanto menor sea la movilidad social de nuestro país.
Para mejorar es importante no solo esforzarnos sino también que nuestro país mejore, porque eso eleva todos los botes. Milanovic apunta que hay otra posibilidad para que nuestro esfuerzo se traduzca en una subida de nuestra renta: la emigración. Es decir, buscar una sociedad donde haya más riqueza, oportunidades o movilidad que en la nuestra. Allí nuestro esfuerzo rentará más.
Los puntos críticos de la inmigración en el mundo, como México con respecto a Estados Unidos o España con relación a África, prueban la importancia de las desigualdades económicas, que han aumentado entre esos países, a pesar del desarrollo de México y Marruecos (por la gran diferencia entre los puntos de partida). Brinda una imagen dura pero realista de la inmigración y las tensiones a que da lugar su asimilación en los países desarrollados.
¿Qué pasa con la desigualdad en el mundo? Depende de tres fuerzas, dos que la aumentan y una que la reduce. Las fuerzas pro-desigualdad son el incremento de las diferencias dentro de cada país y la divergencia entre las rentas medias de los países.
La fuerza que reduce la desigualdad es el gran crecimiento los dos países más poblados de la tierra, China e India (como ha subrayado Xavier Sala i Martin). Según Milanovic, la desigualdad global era de 50 puntos del Índice Gini en 1820, subió a 61 en 1910, a 64 en 1950 y a 66 en 1992. O sea una subida pero a un ritmo decreciente. Y en los últimos veinte años, precisamente cuando más se ha jaleado la alarma, no ha crecido sino que se ha estabilizado.
Esto dicho, me apresuro a aclarar que cualquier economista políticamente correcto disfrutará con este libro, porque, a pesar de su razonable defensa de la globalización, el capitalismo y la libertad, y su acertada censura a algunos mecanismos redistributivos caros al progresismo, como la ayuda al desarrollo, Milanovic no rinde la principal fortaleza del pensamiento único: así, identifica la reducción de las desigualdades con la “justicia”, alega que no está bien que el 1,75% de la población perciba la misma renta que el 77% más pobre, culpa de la crisis a la desigualdad, y defiende lo que llamarían los progres “la gobernanza global”, es decir, las burocracias internacionales en las que ve el germen de un (benévolo) Estado mundial. No estoy de acuerdo, pero el libro me ha interesado mucho de todas maneras.
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