CARACAS, Venezuela, enero, www.cubanet.org -El pasado 28 de diciembre el Presidente Hugo Chávez, como si de un experto científico en el área de Oncología se tratara, avanzó una tesis sobre los orígenes del cáncer que él y otros Presidentes de la región padecen. Así, planteó que una tecnología desarrollada por los norteamericanos sería la causa del cáncer de que han tenido los presidentes Fernando Lugo, Dilma Rousseff, Lula da Silva, Cristina Kirchner y él (1).
La tesis expuesta no ha tenido, hasta ahora, el respaldo de ninguno de los otros pacientes. Nuestra intención es rastrear el fundamento de ese tipo de razonamiento del Presidente. Intentaremos responder la siguiente pregunta: ¿de dónde procede la licencia para afirmar estos absurdos en el campo de las ciencias médica?
Pretendemos argumentar que el planteamiento del Presidente Chávez está en línea con una mentalidad que es propia de los líderes de los regímenes totalitarios, sean de signo comunista o fascista. Estos líderes –siguiendo a Claude Lefort: La Lógica Totalitaria (1980) y Democracia y Advenimiento de un Lugar Vacio (1982)- tienen con el poder una relación radicalmente opuesta a la que con el mismo establecen las autoridades gubernamentales en la democracia (2).
En los regímenes democráticos, quienes dirigen el poder ejecutivo “son simples gobernantes”. En ellos ningún individuo puede apropiarse del poder (es lo que Lefort llama “lugar vacio”). Las personas que ejercen funciones de gobierno saben que lo hacen de manera “transitoria”, por un lapso acotado en el tiempo, luego del cual serán sustituidas por otras. La principal consecuencia de que el poder no tenga dueño es la autonomía que guardan con respecto al mismo la “esfera de la ley” y la “esfera del saber”. Dicha autonomía comprende que al jefe de gobierno se le aplique la ley si la infringe (la sentencia reciente contra el ex-presidente francés, Jaques Chirac, por corrupción es una prueba de ello). También significa que la producción de conocimientos se desarrolle independientemente, sin esperar el aval de la autoridad oficial.
Por el contrario, en los regímenes totalitarios el poder tiene dueño. El líder se apropia del poder y pasa a convertirse en autoridad gubernamental “permanente”. Su ejercicio de gobierno no tiene fecha límite, sólo termina con su muerte. Stalin, Mao, Hitler, Fidel, son ejemplos de encarnación del poder en el líder, de incorporación del poder en el cuerpo físico de una persona. En estos regímenes, el derecho y la ciencia no tienen autonomía. La voluntad del dueño del poder es la ley y a quienes se desenvuelvan en el área del saber se les obliga a someter su trabajo a aquella instancia superior.
La circunstancia más importante de sometimiento de la ciencia al poder en el siglo XX ocurrió durante la construcción del totalitarismo socialista en la extinta Unión Soviética.
En 1927, el técnico agrónomo Trofim Lysenko saltó a la fama al anunciar un método para obtener cosechas sin fertilizantes. El diario oficial Pravda se deshizo en elogios para con el “científico campesino”. Lysenko negaba la existencia de los genes, los cromosomas y las elementales leyes de Mendel. Denigraba de la genética mendeliana con argumentos ideológico-políticos, calificándola de “ciencia capitalista” y “ciencia contrarrevolucionaria”. Su mayor “aporte” fue distinguir la “ciencia burguesa” de la “ciencia proletaria”. Coincidía así con Stalin, para quien la ciencia social y natural que emergía del Materialismo Dialéctico de Marx y Engels era superior a la ciencia producida en el decadente capitalismo occidental. Por esta razón durante 29 años, desde 1935 hasta 1964, Lysenko fue considerado como el científico más destacado de la URSS (3).
¿Cómo pudo ser posible que este charlatán con ideas tan descabelladas pudiese reinar durante tres décadas en la ciencia soviética? Sencillamente porque el dueño del poder, Stalin, lo impuso así. El científico que se atreviera a contradecir la “biología proletaria” de Lysenko le esperaba el exilio o la muerte. El caso del insigne biólogo soviético, padre de la genética rusa, Nikolai Vavilov (1887-1943), fue, sin duda, el más emblemático y trágico de todos (4).
Vavilov organizó la Academia de Ciencias Agrícolas de la URSS, de la cual fue destituido por Stalin en 1935. Construyó en San Petersburgo el banco de semillas más grande del mundo, donde coleccionó más de 200.000 especímenes recopilados en sus expediciones alrededor del mundo. Por su reconocimiento científico en el extranjero, su origen social en la clase alta y, sobre todo, por ser un implacable crítico del lysenkismo, fue perseguido y condenado a la cárcel por Stalin en 1940. En base a las denuncias de Lysenko, se le acusó de “traidor a la patria”, lacayo de la “ciencia capitalista” y defensor de la genética, una “ciencia burguesa”.
Vavilov murió de hambre en un campo de concentración (gulag) en 1943. Su muerte agigantó aún más su figura en el campo científico, pues la inquisición estalinista le planteó que se salvaría de ir a la cárcel si reconocía la validez científica de la teoría de Lysenko. Vavilov, en un trance similar al de Galileo con la Iglesia Católica, prefirió morir con dignidad antes que renunciar a sus convicciones y vivir sabiendo que se había traicionado a si mismo, que había traicionado lo que era: un científico. 25 años después de su muerte fue reivindicado en su país, pues en las democracias occidentales siempre conservó un sitial de honor dentro de la comunidad científica.
Volviendo al comentario sobre el cáncer que hizo el Presidente Chávez, resalta en aquel el hecho de que únicamente se apoye en la opinión de Fidel Castro, quien sólo en Cuba es la voz de la verdad sobre cualquier tema terrenal o divino. Por supuesto, si es el dueño del país desde hace más de 50 años. Siguiendo el mal ejemplo del dictador cubano, el Presidente no repara en cometer exabruptos contra la ciencia, tampoco en su pretensión de adueñarse del poder hasta después del 2050.
1) Video: http://www.elmundo.es/america/2011/12/28/venezuela/1325108556.html
2) LEFORT C. La Invención Democrática. 1990. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires, pp. 37-52 y 187-193
3) REVEL J-F. El Conocimiento Inútil. 1989. Ed. Planeta. Barcelona, pp. 23.
4) RAYFIELD D. STALIN y los Verdugos. 2005. Ed. Taurus, pp. 419-421.
No hay comentarios:
Publicar un comentario