El argumento clásico a favor de la legalización de la marihuana se fundamenta en la libertad personal. ¿Por qué, preguntan sus defensores, debería el gobierno federal decirles a los ciudadanos qué pueden consumir? También es un motivo por el que muchos conservadores le temen. Les preocupa que la legalización genere más consumidores de marihuana, un aumento del consumo de drogas duras, y una disminución en la calidad de vida de los sobrios y la sociedad en general.
El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso cree que sucedería lo opuesto. En una entrevista aquí la semana pasada me dijo que su apoyo a la despenalización global de marihuana apunta a reducir el uso de todas las drogas, disminuir la violencia y minimizar lo que considera una amenaza seria y creciente a la democracia en América Latina.
Cardoso se ha marginado de la política contingente desde 2003, cuando terminó su segundo período de cuatro años como uno de los presidentes más exitosos de Brasil. Ahora es un defensor internacional de alto perfil para terminar la guerra contra el narcotráfico. Pero antes tenía la opinión opuesta.
Explica que, como presidente, usó métodos tradicionales de "represión y prevención" para combatir el problema de las drogas. Pero no demora en agregar que ninguno de los dos funcionó. "La erradicación fue un fracaso", sostiene. Aunque se destruyeron plantas de marihuana —con orgullo el gobierno tomó fotos de su trabajo— "luego, otra vez, los cultivos estaban allí". En tanto, el Estado realizó un esfuerzo insuficiente en materia de prevención, en parte debido a que el problema de drogas de Brasil "no era tan grave en ese momento".
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