El hombre a quién mató John Wayne

Por Arturo Pérez-Reverte.




El cine sólo fue cine de verdad cuando era mentira. Eso dice Pedro Armendáriz Hijo con el quinto whisky camino de Santa Fé, en el bar del hotel María Cristina de San Sebastián. Son las tres de la madrugada, o las cuatro, y el ambiente tiene el encanto de aquella gran mentira que hoy parece imposible salvo en momentos mágicos como éste: Fito Páez toca el piano en el pasillo mientras Ana Belén canta apoyada en su hombro, rodeados por María Barranco, el entrañable Pedro Olea, Cecilia Roth, José Coronado, educadísimo y encantador como siempre, y mi amigo que es casi mi hermano, el productor Antonio Cardenal, con las gafas torcidas y la nariz dentro de su White Label con cocacola, sin que falte el camarada Joaquim de Almeida, capitán de abril, inolvidable marqués de los Alumbres, que acaba de unírsenos y la arrastra mortal. Todos están en el pasillo donde se van congregando con sus copas en la mano en torno al piano de Fito y la voz de Ana Belén, y Antonio hace señas para que me una a ellos; pero permanezco en la mesa del rincón, mirándolos de lejos, sin decidirme, porque Pedro Armendáriz sigue contándome cosas de cuando acompañaba a su padre en los rodajes de John Ford, y de cuando trabajó en alguna película con John Wayne. Conozco ya varias de esas historias; pero cada vez que encuentro al hijo de quien se hizo abofetear por María Félix en ‘Enamorada’ y fue sargento en ‘Fort Apache’ y también uno de los tres inmortales padrinos de Robert William Pedro Hightower, le hago repetirlas frente a unos cuantos vasos de agua de fuego, y además con la esperanza de que me cuente algo que no sé mientras imita como nadie el acento del Duque diciendo 'sonofabich'.

Ana Belén continúa cantando en el pasillo; pero yo, háganse cargo, soy incapaz de levantarme, porque el hombre que está a mi lado fue uno de los vaqueros del rancho de John Wayne en ‘Chisum’, y en este momento me detalla la forma en que el Duque desenfundó el revólver en ‘Los Indestructibles’ y le pegó un tiro a él, a Pedro Armendáriz Hijo en persona, y lo sacó de la película. Y como esa última historia no me la sabía, se la hago repetir despacio, los gestos y el diálogo de Wayne en aquella escena, bang, bang, y digo carajo, te mató nada menos que John Wayne, hijo de la chingada, y para celebrarlo le encargo otras dos copas a Adolfo, el jefe de camareros, que es un viejo amigo, y por eso las trae, aunque está a punto de cerrar la barra. Y luego le pido a Pedro Armendáriz Hijo que me cuente, por favor, la historia de la bandera roja y la bandera blanca, mi favorita, cuando él y Patrick Wayne, el hijo del Duque, tenían diez años y montaban a caballo por Monument Valley cuando el rodaje de ‘Fort Apache’, y se metieron en cuadro en mitad del rodaje y fastidiaron una toma, y el viejo Ford se cabreó como una mona, y los tuvo tres horas inmóviles bajo el sol a los dos zagales, para que espabilen, decía, y aprendan a no joderme planos en mitad de un rodaje. Pese a lo cual los sacó luego, sin rencores, en ‘El hombre tranquilo’, en la carrera juvenil de la fiesta de Innisfree. Y ya ves, dice. Con esta cara de mejicano que tengo, salí haciendo de pinche niño irlandés.

María Barranco me dice que vaya donde el piano, que va a dedicarme ‘Las cosas del querer’; pero todavía me demoro un poco porque antes quiero que Pedro Armendáriz Hijo cuente el entierro de su padre, cuando éste yacía de cuerpo presente porque esa vez estaba muerto de verdad, después de picarle el billete a las mujeres más guapas de Méjico y de hacer películas inolvidables con John Ford y con tantos otros, y fueron a velarlo Jack Ford y John Wayne, y Ward Bond, Harry Carey Jr., Ben Johnson, Barry Fitzgerald y todos los otros nombres legendarios, amigos irlandeses velando al irlandés adoptivo, y se pusieron hasta las trancas de Bushmills cantándole canciones al difunto e insultándolo en irlandés, por qué te moriste, hijo de perra, por qué dejaste sin ti a tus amigos, diciéndoselo con el pulgar en la encía y tocándose la oreja, con todos los viejos gestos y el ritual de la vieja Irlanda, borrachos como cubas, el Duque tambaleando sus legendarios seis pies y no sé cuántas pulgadas de estatura, ciego de whisky, y Pedro Armendáriz Hijo allí, entre todos ellos, que lo abrazaban llorando. Y yo estoy sentado en el bar del María Cristina escuchando aquello, y suenan el piano de Fito Páez y la voz perfecta de Ana Belén, y en la pared hay un cartel donde John Wayne, recortado en la puerta del rancho de ‘Centauros del desierto’, está parado de espaldas, cruzando los brazos en esa postura chulesca con la que rendía homenaje a Harry Carey padre, el que fue vaquero antes que actor y amigo del viejo Ford. Y creo que es cierto. Que, a diferencia del de ahora, el cine de antes era una gran mentira maravillosa. Y que sólo las grandes mentiras sobreviven y te erizan la piel y se convierten en leyenda.

El Semanal, 14 de octubre de 2001

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