Extractos:
Comprobé la eficacia de estas amenazas a los guías varias veces: cada vez que preguntaba por un asunto político o espinoso, el guía bajaba la voz, mentía y decía “no sé”, o me miraba con cara de “mejor hablamos de otra cosa”. Los guías se juegan su futuro. Yo hablo chino y durante días mi guía me miraba con suspicacia: “Hablas bien chino, ¿a ti te gusta China?”, me decía. No se acababa de fiar de mí. Aunque no es necesario que el chivatazo sea adrede: un turista cualquiera puede explicar a su guía en otra ciudad china algo que le ha contado el guía tibetano. Si el guía chino lo cuenta al gobierno, el tibetano se queda sin trabajo.
Es indudable que Tíbet ha progresado. Sus carreteras y tiendas se parecen más a las chinas que a las del vecino Nepal. La duda es qué habría pasado si China no hubiera invadido Tíbet en 1951: “A principios de siglo todos los países de nuestro alrededor eran pobres; ahora ya no”, me dice un joven tibetano. “Nosotros solos también lo hubiéramos conseguido”.
Si hay algo que define a los tibetanos respecto a los chinos es el budismo y el papel de los monjes. China teme el poder aglutinador de la religión. En todos los disturbios recientes hay monjes implicados. Según parece, los disturbios de 2008 empezaron tras dos presuntas palizas de soldados a monjes. Este año dos monjes se han prendido fuego en monasterios tibetanos fuera de la provincia del Tíbet. El primero, en marzo, provocó conflictos y detenciones de monjes.
Aquí dicen que en el monasterio donde en marzo se quemó un monje, han instalado cámaras. Debe ser una práctica habitual, pero no puedo demostrar que las cámaras sean del gobierno (seguro que no eran para detectar incendios; había otra instalación para eso). Aunque es sospechoso que sean cámaras del mismo modelo que las instaladas para vigilar lugares sensibles cerca del palacio Potala de Lhasa.
Tíbet tiene problemas propios. Su historia de represión, sobre todo en la revolución cultural de los 60, es terrible. Hoy sigue siendo más difícil ser tibetano en Tíbet que han en China. Pero el problema básico tibetano lo tienen también el resto de chinos: la falta de libertad. En mis días en Tíbet he visto muchos más turistas chinos que extranjeros. Tíbet puede aprovechar más la posible simpatía que puede despertar en los chinos que se interesan por su cultura y religión.
El régimen actual cederá poca autonomía, que es lo que pide el Dalai Lama para su pueblo; la lucha por una hipotética independencia está casi descartada. Pero en una China democrática podrían tener mejores condiciones. Eso está aún lejos, pero hay pocas alternativas.
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