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El fascismo paradigmático por Stanley G. Payne


La era del fascismo se encuentra cada vez más alejada en la historia, pero en la retórica política parece hallarse permanentemente con nosotros. El fascismo concluyó en medio del fracaso y la destrucción más catastróficos jamás vividos por ningún movimiento político moderno, y rápidamente pasó a formar parte de la jurisdicción de la historia. Desde 1945 los historiadores se han mostrado ciertamente activos, y en ocasiones casi hiperactivos, a la hora de abordar este tema, pero los términos fascismo y fascista han permanecido también en el uso corriente del discurso político contemporáneo. Esto se ha debido en parte al gigantesco trauma que el fascismo infligió a Europa, a pesar de que nunca un movimiento tan absolutamente fallido se ha mantenido relativamente tan vivo dentro de la retórica política durante tanto tiempo. Desde 1945, han sido los publicistas e intelectuales de izquierda especialmente quienes, de forma ininterrumpida, han escudriñado con avidez debajo de cada cama y detrás de cada rincón en busca de indicios del regreso del fascismo. Cada nuevo fenómeno político que difiere de alguna manera de la norma democrática social resulta examinado en busca de señales de la pezuña hendida. Esto se debe a que, en cuanto que estigma o término peyorativo, no hay ningún otro que pueda erigirse en su equivalente. No hay nada que represente para Europa al “otro” de un modo tan pleno y tan dramático en la era socialdemócrata. Ni siquiera el estalinismo.
Pero, ¿qué significa exactamente fascismo? ¿Cuál es su definición, qué características lo singularizan? Este interrogante suele ignorarse, y cuando los historiadores tratan de responderlo, suelen presentar conclusiones diferentes, y en ocasiones abiertamente contradictorias. El significado o las connotaciones del fascismo son, por regla general, simplemente presupuestos por los historiadores, a los que les preocupa por encima de todo lo particular y lo empíricamente descriptivo.
En este contexto, Álvaro Lozano ha vadeado una literatura gigantesca y nos ha ofrecido la historia general más reciente sobre Mussolini y el fascismo en Italia. Dado que los historiadores españoles raramente alcanzan distinción por ningún logro que quede más allá de la propia historia española, el acercamiento a una obra de estas características se produce con miedo ante el temor de encontrarse con otro ejercicio superficial, de segunda mano. El libro de Lozano resulta ser, sin embargo, una agradable sorpresa, ya que hace gala de amplios conocimientos de la literatura más relevante, fundamentalmente en italiano e inglés, cuenta con sólidos fundamentos, su tratamiento es por regla general preciso y matizado, y la perspectiva que adopta es sofisticada. En conjunto, se sitúa por encima de la norma en este tipo de obras, ya sea en España o en cualquier otro país.

Los últimos días de Berlusconi. Roberto Saviano


Existe una palabra que describe mejor que ninguna otra lo que el Gobierno de Berlusconi ha sido para Italia, lo que realmente lo ha caracterizado en el sentido político y en el económico, y esa palabra es inmovilismo. En los últimos 20 años no ha sucedido nada en favor del país. No se ha hecho ni una sola de las reformas prometidas en 1994 que hubieran contribuido a conjurar la crisis que ahora está viviendo Italia. Y es evidente que lo que no lograron los electores, ni los grupos de la oposición, ni la prensa, ni los intelectuales, lo ha conseguido el mercado. Ironías del destino, precisamente Silvio Berlusconi, que siempre se ha jactado de haber creado un imperio de la nada, de haber encarnado el sueño americano del self-made man, que siempre se ha considerado campeón en materia de números y dinero, se ha visto desbordado en lo que se sentía omnipotente y por aquello que siempre dijo que era su propio elemento: por el mercado. Ha sido el comisario de una economía que ya no podía fiarse de su gestión.

Ennio Flaiano, genial escritor italiano, decía que en Italia la línea más corta entre dos puntos es el arabesco. Los casi 20 años del Gobierno de Berlusconi han sido un arabesco: la línea más larga posible entre lo viejo y lo viejo que se hacía pasar por nuevo. Entre Democracia Cristiana y democracia cristiana. Cuántas mentiras en estos 20 años, cuántas mistificaciones. Desde los falsos orígenes humildes, para que el italiano medio pudiese identificarse con él, a la mentira mayor de todas, pasada de boca en boca y progresivamente vacía de todo significado. La mentira según la cual un hombre que ha creado un imperio, que es rico y que está al frente de empresas prósperas -o que parecían serlo- no tiene necesidad de robar, de sustraer dinero público al país, como lo habían hecho los partidos en la Primera República. Un sueño que se basó en embustes y equívocos porque, una vez eliminados los padrinos políticos, fue preciso que Berlusconi controlara la situación. Y que en poco tiempo transformara la política en un campo de fútbol, en el que los ciudadanos son hinchas que vitorean a sus colores independientemente de cómo lo esté haciendo el equipo, todo lo más le silban un ratito, pero que siempre y solamente quieren ver la victoria. Berlusconi ha introducido un nuevo modo de hablar, de manera que decidir comprometerse en política se convierte en “saltar al campo”.

Por otra parte, él mismo repetía que su entrada en la política se había producido para tutelar sus propios intereses. Los suyos personales y los de sus empresas. Y es exactamente eso a lo que hemos asistido durante los 20 años en los que ha sido protagonista indiscutido de la escena política italiana. Sus cargos institucionales han coincidido con sus negocios privados. Los mismos jefes de Estado extranjeros que en los pasados años se han mostrado más cercanos a él, no han sido sino sus socios. Del gas de Putin -los negocios energéticos rusos representan el 70% de las exportaciones a Italia, y la misma Hillary Clinton ha dejado caer sus dudas acerca del carácter especulativo de las convergencias políticas ente Berlusconi y Putin- a la embarazosa amistad con Gadafi -desde junio de 2009, Lafitrade, de la familia Gadafi, y Fininvest, de Berlusconi, a través de la luxemburguesa Trefinance, son los verdaderos propietarios de Quinta Communications, de Tarak Ben Ammar-. El negocio con la empresa tunecina, en la que Lafitrade tiene el 10% y Fininvest el 22%, ha abierto el negocio al reciclado occidental, a partir de Italia, de una voluminosísima masa de petrodólares de Gadafi, valorada en 65.000 millones de euros.


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