Aquel día José Javier Moreno había quedado con su novia en el Bar Bikini, situado en la calle Bidebarrieta de la localidad guipuzcoana, tal y como la pareja acostumbraba a hacer habitualmente. Tras dirigirse a la barra, donde estaba Beatriz, el policía se sentó en un taburete sin ser consciente de que su llegada había llamado la atención de Fidel González García, miembro de ETA que, acto seguido, se levantó y salió del bar en busca de otros terroristas. El etarra decidió, sobre la marcha, asesinar al policía, por lo que se dirigió a su propia vivienda, donde alojaba a otros dos miembros de la banda: Ángel María Recalde Goicoechea y Fermín Ancizar Tellechea. Una vez allí los tres acordaron ir en coche hasta el bar Bikini y, en caso de que el inspector Moreno Castro siguiera aún ahí, acabar con su vida. Uno de los tres se quedó en el coche, para facilitar la huida de sus compañeros, mientras los otros dos entraron en el local y fueron directamente hasta el lugar donde estaban José Javier Moreno y su novia. Uno de ellos, por la espalda y a corta distancia, descerrajó dos tiros en la nuca de José Javier, provocándole la muerte instantánea, tras lo cual volvieron al coche y se dieron a la fuga. El Bar Bikini había sido muy frecuentado por miembros de la Policía, pero últimamente la asistencia de éstos había disminuido de manera notable al haber sido trasladada la comisaría tres meses antes de la muerte de José Javier. Éste, sin embargo, seguía acudiendo al local porque su novia residía en las proximidades.
José Javier Moreno Castro, de 27 años, era natural de Puentes de García Rodríguez (La Coruña), estaba soltero y no tenía hijos. José Javier Moreno estaba destinado en la comisaría de Policía de Éibar desde un año y medio antes de su asesinato. Tras el atentado que le costó la vida, amigas de su novia, Beatriz Aranzábal, declararon que el joven inspector no quería comprometerse formalmente con su pareja porque estaba convencido de que iban a asesinarlo (ABC 12/12/1980). En marzo de 2005, José Javier Moreno fue ascendido con carácter honorífico y a título póstumo al cargo de Inspector Jefe del Cuerpo Nacional de Policía. Moreno Castro fue la última víctima mortal del año 1980, año que ostenta el triste récord de víctimas mortales, con 98.
Pocos minutos después de las 6:00 horas del día 11 de diciembre de 1987, ETA hacía estallar un coche-bomba en las proximidades de la puerta principal de la casa cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza, segando la vida de once personas, entre las que se encontraban cinco niños y una adolescente y de los que ocho eran civiles y tres miembros del Instituto Armado. Los asesinados en el brutal atentado, que pertenecían a cuatro familias distintas, fueron el joven PEDRO ÁNGEL ALCARAZ MARTOS y sus sobrinas ESTHER BARRERA ALCARAZ y MIRIAM BARRERA ALCARAZ; el cabo primero de la Guardia Civil JOSÉ IGNACIO BALLARÍN CAZAÑA y su hija SILVIA BALLARÍN GAY; el matrimonio formado por el guardia civil EMILIO CAPILLA TOCADO y MARÍA DOLORES FRANCO MUÑOZ, y la hija de ambos, ROCÍO CAPILLA FRANCO; y el matrimonio formado por el sargento de la Guardia Civil JOSÉ JULIÁN PINO ARRIERO y MARÍA DEL CARMEN FERNÁNDEZ MUÑOZ, y la hija de ambos SILVIA PINO FERNÁNDEZ. Los heridos, que ascendían a ochenta y ocho, presentaban lesiones de diversa consideración, y un gran número de ellos no logró recuperarse hasta varios meses después. Dos mujeres, embarazadas en el momento del atentado, perdieron a sus hijos a consecuencia de la explosión.
A la hora en la que se cometió el atentado tenía lugar habitualmente el cambio de guardia de los agentes que custodiaban la entrada a la casa cuartel de Zaragoza, situada en el popular barrio del Arrabal. Un Renault 18 de color gris se dirigió hacia la puerta lateral del cuartel de la Benemérita desde la avenida de Cataluña. La sustracción del vehículo, cometida días atrás, había sido denunciada en el puesto de la Guardia Civil de Tolosa. Al llegar al cuartel, el coche se detuvo. El sargento José Julián Pino Arriero, que custodiaba la entrada y que estaba sustituyendo a un compañero enfermo, se dirigió hacia el vehículo con intención de señalar al conductor que no estaba permitido estacionar en aquel lugar. En ese momento, el conductor del Renault arrancó de nuevo en dirección al fondo de la calle, donde le estaban esperando varios compañeros en un segundo coche, un Peugeot 205 blanco. El conductor del Renault 18 abandonó el mismo y subió al otro vehículo, que se alejó a gran velocidad. Pocos segundos después tenía lugar la terrible explosión del coche abandonado, cargado como estaba con una bomba compuesta por 250 kilos de amonal. La onda expansiva derribó los muros laterales del cuartel, dejando un agujero de más de diez metros de largo, lo que provocó el derrumbamiento de las cuatro plantas del edificio. El sargento que estaba de guardia recibió de lleno el impacto de la explosión, que le destrozó ambas piernas, prácticamente amputándoselas en el acto. Desde el primer momento se sucedieronescenas de gran angustia entre los guardias y las familias de éstos que vivían en la casa cuartel y que luchaban por salir de los escombros, mientras los vecinos de los alrededores, despertados por el estruendo, veían con incredulidad el estado en que había quedado el edificio y las empresas y casas próximas. Muchos de los edificios cercanos tuvieron que ser demolidos debido a los daños estructurales causados por la explosión.
Las familias más perjudicadas fueron, sin duda, las de las plantas inferiores, cuyos miembros quedaron sepultados bajo las ruinas y los escombros. Numerosos efectivos del cuerpo de bomberos, Cruz Roja y fuerzas de seguridad no tardaron en presentarse en la escena. Familias enteras habían desaparecido bajo las toneladas de vigas, polvo y restos de todo tipo. Las labores de rescate eran lentas y dificultosas debido a la falta de luz y al riesgo de que se produjeran nuevos derrumbamientos que pudieran acabar con la vida de algunos de los supervivientes todavía sepultados. Se formó una cadena humana de más de cien personas que fue peinando la gran montaña de escombros de más de tres metros de alto en la que se había convertido el edificio. Los guardias civiles heridos que eran dados de alta en los centros hospitalarios regresaban a la casa cuartel para ayudar en las labores de rescate.
De entre los más de setenta heridos, muchos lo fueron de gravedad. En Vidas Rotas (Alonso, R., Florencio Domínguez, F. y García Rey, M., Espasa, 2010) se enumera una relación de afectados por la explosión, detallando los días que tardaron en recuperarse de sus lesiones. Los más graves tardaron varios años en recuperarse y, al igual que había sucedido entre los fallecidos, muchos de los heridos eran niños.
Varios años después de la matanza, el terrorista francés Henri Parot diría acerca de la bomba utilizada en Zaragoza que "para montar la carga utilizamos tres botellas de acero del tipo de las usadas para nitrógeno, que estaban seccionadas [...] La orientación de los tubos con la boca abierta hacia el objetivo junto con el cordón detonante y los reforzadores en sus bases provocó que la explosión fuera dirigida como si se tratara de auténticos cañones."
Viendo la entrevista, daba la sensación de que Eguiguren y Ternera son buenos amigos[...] Esto es bochornoso, nunca he confiado en el Gobierno de Zapatero y ahora menos que nunca [...] Lo único que faltó en la entrevista es que preguntasen a Eguiguren si iría a comer con Ternera si le hubiera matado a dos hijos... No habría ido y de ir, ¿qué hubiera llevado en el bolsillo? [...] Hablan de nuestro dolor, pero sólo queremos justicia, porque en un Estado de derecho civilizado a Eguiguren, al que yo considero colaborador de ETA, le hubieran detenido [...] ¿Se imagina usted que el presidente Obama se reuniera con Bin Laden? ¿Por qué las autoridades no se sientan a negociar con los maltratadores o con los que provocan muertes en accidentes de tráfico?.
El hermano de Pedro Ángel y de Rosa María, Francisco José Alcaraz Martos, tío de Miriam y Esther, fue presidente de la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT) durante cuatro años, entre 2004 y 2008. Francisco José Alcaraz, desde la AVT, se opuso frontalmente al proceso de negociación con ETA, convirtiéndose en uno de los máximos defensores de la justicia que demandan las víctimas, de su memoria y de su dignidad, labor que continúa realizando desde la asociación Voces Contra el Terrorismo (VCT).
María del Carmen Fernández Muñoz, ama de casa de 38 años y natural de Talavera de la Reina (Toledo), estaba casada con José Julián Pino y era madre de Silvia, Víctor y José María Pino Fernández. Tanto ella como su hija y esposo fallecieron en el atentado, por lo que sus dos hijos, Víctor y José María, fueron a vivir con su abuela, que se hizo cargo de los dos niños hasta su fallecimiento, poco tiempo después. Los dos muchachos, habiendo perdido a toda su familia al completo, crecieron en el Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil y siguieron los pasos de su difunto padre hasta convertirse también ellos en miembros del Instituto Armado.
Consternados aún por el terrible atentado cometido por ETA en Zaragoza, José Luis Gómez y su esposa decidieron salir a tomar algo con algunos de sus amigos de Placencia que, a lo largo del día, le habían llamado para darle muestras de apoyo y afecto y para condenar el atentado contra la casa cuartel y sus habitantes (La negociación de ETA que sí funcionó, José Ramón Goñi Tirapu, Espasa Calpe 2005, citado en Vidas Rotas). José Luis Gómez y su esposa abandonaron el Bar Gila poco después, sobre la medianoche, y se dirigieron juntos a su coche, un Talbot Solara aparcado en el puente de Gila, sobre el río Deba. Según declararon testigos presenciales, el sargento montó primero y, en el momento en que se disponía a abrir la puerta derecha, tres miembros de ETA arrojaron a la mujer al suelo y dispararon sus armas contra él, que falleció en el acto al ser alcanzado por catorce impactos de bala, varios de ellos en la cabeza. Las Fuerzas de Seguridad recogieron al menos diez casquillos de bala en el lugar de los hechos.
José Luis Gómez Solís, de 44 años y natural de Aldea del Obispo (Cáceres), estaba destinado como sargento interventor de armas en el cuartel de la Guardia Civil en Elgóibar y vivía en Guipúzcoa desde cuatro años antes de su asesinato. Estaba casado y tenía cuatro hijos de edades comprendidas entre los 16 y los 4 años, de los que dos han seguido los pasos de su padre, ingresando en la Guardia Civil. El Ayuntamiento de Aldea del Obispo decidió dedicar una calle con el nombre de José Luis, en honor al sargento asesinado, mientras que un ejemplar del diario Hoy, luce en las vitrinas del consistorio recordando el día en que se le rindió el homenaje. En marzo de 2005, según Real Decreto 319/2005, José Luis Gómez Solís era ascendido con carácter honorífico y a título póstumo al puesto de Sargento Primero.
Aproximadamente cinco minutos antes de las 15:00 horas del lunes 11 de diciembre de 1995, la banda terrorista ETA hacía estallar un coche-bomba en el madrileño barrio de Vallecas al paso de una furgoneta camuflada de la Marina, hiriendo a casi medio centenar de personas y segando la vida de seis trabajadores civiles de la Armada: MANUEL CARRASCO ALMANSA, conductor de la Administración Militar; FLORENTINO LÓPEZ DEL CASTILLO, conductor mecánico; MARTÍN ROSA VALERA, chófer oficial; JOSÉ RAMÓN INTRIAGO ESTEBAN, mecánico; SANTIAGO ESTEBAN JUNQUER, funcionario administrativo y FÉLIX RAMOS BAILÓN, oficial de arsenales en el Parque de Automóviles de la Armada.
El lunes 11 de diciembre de 1995, como cada día laborable, ocho trabajadores civiles volvían a sus domicilios, en unas viviendas militares de la calle Peña Prieta, a bordo de una furgoneta blanca de la Armada. En torno a las 14:55 horas, en la confluencia de las calles Peña Prieta y Francisco Iglesias del barrio de Vallecas, en Madrid, a muy pocos metros de una de las vías de salida a la M-30, hizo explosión un coche-bomba colocado por miembros del grupo Madrid de la banda terrorista ETA. El coche-bomba había sido cargado con unos cincuenta y cinco kilos de amonal y entre dos y tres kilos de dinamita o exógeno, y aparcado en un punto en el que los vehículos se veían obligados a reducir la velocidad.
El lunes 11 de diciembre de 1995, como cada día laborable, ocho trabajadores civiles volvían a sus domicilios, en unas viviendas militares de la calle Peña Prieta, a bordo de una furgoneta blanca de la Armada. En torno a las 14:55 horas, en la confluencia de las calles Peña Prieta y Francisco Iglesias del barrio de Vallecas, en Madrid, a muy pocos metros de una de las vías de salida a la M-30, hizo explosión un coche-bomba colocado por miembros del grupo Madrid de la banda terrorista ETA. El coche-bomba había sido cargado con unos cincuenta y cinco kilos de amonal y entre dos y tres kilos de dinamita o exógeno, y aparcado en un punto en el que los vehículos se veían obligados a reducir la velocidad.
En total, los asesinados dejaban seis viudas y veintiocho huérfanos. Los otros tres ocupantes del vehículo -Pedro Díaz, Fidel Rico y Manuel García-, sufrieron gravísimas heridas. Manuel García Muñoz, de 40 años y tornero de profesión, fue ingresado en el Hospital de Getafe con pronóstico muy grave, presentando traumatismo craneoencefálico severo, contusión pulmonar, lesión pulmonar por inhalación de gases, quemaduras en la cara y en el 30% del tronco superior, quemadura de la vía aérea superior y fractura del antebrazo derecho y también de la tibia derecha.Fidel Rico Moreno fue ingresado en el Hospital Gregorio Marañón en estado muy grave, con erosiones múltiples, contusión pulmonar, quemaduras de primer y segundo grado, traumatismo craneoencefálico, estallido del globo ocular izquierdo y fractura del tobillo izquierdo. Al Hospital Clínico fue llevado el oficial de arsenales y conductor Pedro Díaz Bustabat, también muy grave al igual que los otros supervivientes del vehículo. Pedro Díaz, de 49 años, fue ingresado con quemaduras en la cara, insuficiencia respiratoria y fractura abierta de la pierna izquierda, así como otras fracturas en el hombro izquierdo y la pierna derecha. Entre los vecinos y viandantes que sufrieron heridas de más gravedad estaban María Antonia Rosa Estruch, Basilea Vargas, de 20 años y embarazada de seis meses, Miguel Ángel Puerta, de 36 años, Aurora Bailén, de 61 años, y Araceli Campos, de 52 años.
Las descripciones efectuadas por los testigos presenciales hablaban de cuerpos destrozados y de vehículos calcinados por las llamas. Muy cerca del lugar del atentado se encuentran un ambulatorio, una parada de autobús y el colegio Divina Pastora. La explosión causó también numerosos daños materiales, haciendo saltar por los aires escaparates, cornisas y ventanas de edificios en un diámetro de cincuenta metros. Además, se originó un incendio que acabó devorando muchos de los vehículos aparcados en los alrededores. Las imágenes eran dantescas. Uno de los primeros vecinos que acudió al lugar para ayudar en las labores de rescate explicó que "a una de las personas que estaba en el suelo la tibia le salía por el talón, otra tenía las tripas fuera... más allá, otra con las piernas amputadas". En similares términos se manifestaba otra de las víctimas: "Comenzaron a llover cristales y pedazos de metal. Salí del coche velozmente. Sobre la calzada vi un brazo ensangrentado arrancado de cuajo. Me encontraba a unos metros del lugar de la explosión".
Durante el funeral por el alma de los seis trabajadores se les impuso a cada uno de ellos, a título póstumo, la Cruz al Mérito Naval con distintivo amarillo. Posteriormente, en febrero de 2000, por Real Decreto 310/2000, recibían, también a título póstumo y con carácter honorífico, la Gran Cruzde la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo.
Tres minutos antes de las once de la noche un hombre de complexión fuerte y de unos treinta años, oculto bajo la capucha del chubasquero, entró en el Bar Trantxe, en la calle Juan Arana de Irún, y se dirigió sin dudarlo hasta José Luis Caso, que se encontraba cenando con media docena de amigos al fondo, alejado de la puerta. Cuando se hubo acercado lo suficiente, el terrorista le disparó en la sien y salió corriendo del bar. En su huida amenazó con disparar a varios de los testigos que presenciaron el crimen, si éstos lo seguían o trataban de impedirle el paso. José Luis Caso fue alcanzado por un único disparo, con orificio de entrada en la zona parietal derecha y de salida en la región parieto-occipital izquierda con pérdida de masa encefálica, falleciendo prácticamente en el acto. Según relataron testigos presenciales, un segundo terrorista cubría al asesino desde la puerta y, tras salir del bar, emprendió la fuga junto a él. Ambos corrieron por la calle Juan Arana hasta alcanzar un vehículo, en el que les esperaba una tercera persona. Una vez dentro del coche los tres continuaron la huida por la zona de la avenida de Guipúzcoa.
José Luis Caso Cortines, de 64 años y natural de Comillas (Cantabria), estaba casado y tenía dos hijos y un nieto. José Luis vivía en el País Vasco desde los 22 años, habiendo llegado a Irún en la década de los 50. En esta localidad recibieron sepultura sus restos mortales. José Luis se había jubilado recientemente de su profesión de soldador, tras trabajar durante treinta años en los astilleros Luzuriaga en Pasajes de San Juan. Allí se había ganado el aprecio de sus compañeros y había sido enlace sindical del comité de empresa bajo el régimen franquista. En una ocasión se presentó como independiente por el sindicato nacionalista ELA. Pertenecía al Partido Popular desde su fundación, habiendo formado parte previamente de Alianza Popular. En el País Vasco había sido presidente del Partido Popular en Irún y concejal en dicha localidad. En el momento de su asesinato era concejal del Partido Popular en Rentería, localidad guipuzcoana gobernada por el PSOE y en la que Herri Batasuna contaba con cinco ediles. Llevaba en ese puesto dos legislaturas. Juana, la esposa de José Luis Caso, solía decir en presencia de amigos y conocidos que la valentía de José Luis rozaba la inconsciencia y afirmaba con frecuencia que "me lo van a matar, cualquier día de éstos me lo matan", tal y como finalmente sucedió. Según las personas que lo conocieron, José Luis era "un buen hombre que se hacía con todos", "apreciado y querido por los vecinos". José Luis Caso, ante las amenazas que se veía obligado a soportar, había manifestado: "Si vienen, ya saben dónde me encontrarán. No tengo miedo".
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