Gusta Krugman de defender que la recuperación de los países bálticos, basada en la austeridad del gasto y la flexibilidad interna de sus economía, ha sido un fracaso frente a la de Islandia, basada en el default y el inflacionismo, porque Estonia todavía se encuentra un 10% por debajo del pico máximo anterior a la crisis y Letonia un 17%, mientras que Islandia sólo está un 7% por detrás. Ignoro qué de mágico y diferencial tiene estar un 7% por detrás del máximo frente a estar un 10%, sobre todo cuando Lituania, otro báltico de esos malosos, sólo se encuentra a un 6% desde máximos de 2007.
En cualquier caso, tal como recuerdan acertadamente desde el Council on Foreign Relations, constituye todo un problema de perspectiva. Si en lugar de coger el año 2007 o 2008 como referencia (según el momento en que cada país alcanzó su máximo PIB), tomáramos, por ejemplo, el año 2000, el orden de “fracaso” de los bálticos frente a Islandia se atempera bastante… por no decir que se revierte absolutamente. En tal caso, los bálticos siguen siendo entre un 50% y un 60% más ricos que en el año 2000, frente al 30% de Islandia.
Krugman se enrabieta bastante con esta crítica, a la que tacha de “remarcablemente estúpida”, por varias razones que él considera tan de sentido común como para que las entienda y acepte un párvulo. El problema es que dentro de esos puntos de partida se esconde mucha mala ideología y peor ciencia que, por tanto, contaminan e vuelven inválidas las conclusiones que el Nobel pro-invasiones alienígenas quiere alcanzar.
Primero, dice Krugman que las depresiones son períodos en los que “el crecimiento económico cae por debajo de su potencial”. Aquí el problema es que el potencial de crecimiento económico se encuentra en cada momento contenido en la calidad institucional de la división del trabajo y del capital de una sociedad. En los períodos de burbuja, los patrones de especialización de una economía, aunque se están distorsionando por completo en una dirección insostenible y catastrófica, parece que contienen mucho crecimiento potencial: es la lógica de la nueva economía, del “esta vez es diferente”. Es durante las depresiones cuando, por fin, descubrimos que todas las expectativas irracionales que nos forjamos durante el boom artificial son erróneas y que, por tanto, la estructura productiva que hemos ido erigiendo es un fiasco con un nulo crecimiento potencial.
Los versados en la valoración de empresas lo entenderán fácilmente: si creemos que Facebook vale 100.000 millones de dólares porque asumimos que sus ingresos crecerán un 20% al año debido a su potencial para generar ingresos de sus mil millones de clientes y luego descubrimos que Facebook carece por completo de ese potencial, acaso el valor de la empresa se desplome a una décima parte. Si, con el paso de los y tras una profunda reconversión en su modelo de negocio, la empresa consigue incrementar sus beneficios un 15% al año y, en consecuencia, llega a valor 60.000 millones, ¿diríamos el cambio de estrategia empresarial ha sido una filfa porque todavía dista un 40% de los 100.000 millones de valor que dictaba su “crecimiento potencial”? No, simplemente diríamos que las expectativas iniciales de crecimiento eran irracionales y no habían tenido en cuenta las potencialidades reales de los activos de la empresa.
Pues lo mismo pasa con los países. Hablar de crecimiento potencial con respecto al pico de la burbuja no tiene ningún sentido, pues justamente la burbuja es la etapa de la que hay que apartarse; la etapa en que todos vivíamos engañados en una economía ilusoriamente rica. Dicho en términos más sencillos: el PIB de España de un billón de euros en 2007 era un espejismo estadístico porque la riqueza y la actividad contenida en ese billón de euros estaba absolutamente inflada de valor (ladrillo).
Lo que quiero decir con todo esto es que medir el éxito de una política de recuperación a través de cuánto tiempo tarda una economía en regresar al pico del PIB pre-crisis tiene, aisladamente, muy poco sentido. Y es que las economías que hayan padecido una pequeña distorsión en su estructura productiva lo tendrán mucho más fácil para regresar a ese punto que las que hayan padecido un gigantesco desajuste.
En este sentido, el ejemplo de Krugman de que el país que se hunde un 20% para luego recuperarse un 15% lo ha hecho peor que el país que se hunde un 10% para luego recuperarse un 10% carece, sin más, de cualquier lógica. Si la primera economía cae un 20% porque el estado de su economía era tan caótico que tenía que atravesar por un shock de esa magnitud, el crecimiento del 15% será sano, sostenible y admirable. Si la economía que cae un 10% lo hace porque empieza a hacer tonterías pauperizadoras cuando se desata la crisis (por ejemplo, subir los aranceles) o bien se recupera un 10% porque el Gobierno ha aprobado un plan de endeudamiento improductivo que, durante unos meses, incrementa el PIB a costa de hipotecar el futuro, entonces su mejoría será una mascarada que habrá destruido más riqueza real de la que ha creado.
La cuestión real a plantearse, pues, es doble: primero, qué países, si Islandia o los bálticos, sufrieron una mayor distorsión de su economía durante los años de la burbuja crediticia; segundo, qué recuperación está siendo la más sana.
La primera cuestión es demasiado compleja como para responderla en unas líneas, pues habría que atender a factores cuantitativos y cualitativos. Una manera simplona, empero, es observar la cantidad de dinero caliente extranjero que entró en las economías durante esos años, es decir, podemos fijarnos en el déficit exterior.
En ese caso, comprobaremos que Islandia tuvo mayores entradas de capital entre 2005 y 2007, si bien fueron entradas muy similares a las de Letonia. Por este lado, pues, cabe pensar que la expansión crediticia y, por tanto, las distorsiones internas fueron similares en Islandia y Letonia, y en ambos casos mayores que las de Estonia y Lituania.
Esta hipótesis, por cierto, explicaría por qué el PIB de Letonia creció más que el de sus vecinas Lituania y Estonia hasta 2007, y por qué luego se hundió mucho más y se ha recuperado, con respecto al pico pre-crisis, bastante menos.
Pero entonces, si la magnitud de la expansión crediticia fue similar en Islandia y Letonia, ¿cómo es posible que Letonia haya logrado transformar en riqueza real entre un 40%-50% de la riqueza burbujística que se comenzó a crear en el año 2000, frente a sólo un 20-30% para el caso de Islandia?
Esto puede ayudarnos a responder a la siguiente pregunta sobre cuál de ambos crecimientos está siendo más sano y admirable en relación con las malas inversiones previas. Desde luego, el de Letonia. Intuición que cabe complementar con dos datos más y una reflexión final. El primer dato es que Letonia disfrutó de un superávit por cuenta corriente ya en 2009 (frente a un déficit del 25% sólo dos años antes), mientras que Islandia, todavía hoy, sigue arrastrando un déficit exterior del 6,5% (¡mayor que el de España en estos momentos!), señal de que su recuperación no es tan sana como se nos quiere hacer creer. Incomprensiblemente, Krugman concluye a la luz de esta evidencia que “todo ello demuestra que la devaluación es mucho más sencilla que la devaluación interna”. Mucho más sencilla e ineficaz: Islandia devaluó la corona un 60% y aun así sigue teniendo un elevado déficit exterior; los países bálticos se limitaron a ajustar internamente sus precios y ya disfrutan o de un equilibrio exterior o incluso de superávit.
El segundo dato positivo a favor de los bálticos, sobre todo de Estonia y Letonia, es que han reducido su déficit público por debajo del de Islandia. De hecho, Estonia tiene un superávit público del 1% (frente al déficit del 4,6% de Islandia). Un presupuesto tan desequilibrado sugiere, primero, que el crecimiento de la economía privada de Islandia todavía no es todo lo autónomo del que lo es en Estonia y Letonia (Lituania todavía tiene un déficit del 5,4%) y, segundo, podría ser el origen de futuros problemas y devaluaciones para una economía tan hiperendeudada como la islandesa: mientras todos los bálticos tiene una deuda total sobre el PIB por debajo del 40% (¡Estonia la tiene en el 6%!), Islandia alcanza el 100%.
Y la reflexión final: no es lo mismo recuperarse devaluando la moneda un 60%, impagando gran parte de tus deudas y recurriendo a la inflación generalizada que manteniendo la paridad, pagando tus deudas y tratando de bajar precios volviéndote competitivo. Lo primero destruye la división del trabajo y traslada parte de tus problemas al extranjero: son los comerciantes extranjeros los que tienen que reconvertirse, son los acreedores extranjeros los que se comen tus pérdidas y son los tenedores de divisa los que transfieren su riqueza a los empresarios ineficientes. Lo segundo, en cambio, supone un reconocimiento de tus errores y la asunción de tus responsabilidades: te readaptas sin empobrecer a los demás y, a medio plazo, contribuyendo a generar riqueza para todos. Vamos, la salida de Islandia es un juego de suma cero (si todos hicieran lo mismo, nadie se recuperaría), mientras que la de los bálticos es un juego de suma positiva (si todos hicieran lo mismo, seríamos todos mucho más ricos).
Ahora juzguen ustedes mismos qué política económica es más admirable y sana. Krugman, cómo no, ha elegido, como casi siempre, el camino más cortoplacista, irresponsable y pauperizador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario