Dentro de la serie Conoce tus elementos, en la que recorremos juntos la tabla periódica, llevamos unos cuantos meses inmersos en la “zona media” de la tabla, poblada por los llamados metales de transición. Como además seguimos aún conociendo elementos de número atómico relativamente bajo, que son los más comunes, casi todos los metales que hemos visto últimamente no sólo son muy conocidos, sino que han sido nuestros compañeros de viaje desde tiempo inmemorial. Es el caso del elemento de hoy, el de veintinueve protones: el metal chipriota, el cobre.
Si llevas toda la serie con nosotros ya tienes una idea de los grupos en los que podemos clasificar los elementos químicos en cuanto a nuestro conocimiento histórico sobre ellos: algunos son muy comunes y además se encuentran puros en la naturaleza con mayor o menor frecuencia, además de ser fácilmente identificables, con lo que los hemos conocido prácticamente desde siempre, como es el caso del hierro. Otros son muy comunes pero casi imposibles de encontrar puros, con lo que convivimos con ellos durante milenios pero sin saber que estaban ahí, como sucedió con el fósforo, que sólo identificamos en el siglo XVII. Finalmente, otros no sólo son muy infrecuentes sino que además son difíciles de detectar, con lo que su descubrimiento es aún más reciente; esto sucedió, por ejemplo, con el helio.
El cobre es, en este sentido, un elemento muy colaborador: no sólo se presenta con relativa frecuencia en estado puro, sino que además es facilísimo de identificar cuando esto sucede. Por lo tanto, es un ejemplo excelente de un metal conocido desde la Antigüedad, uno de los siete metales que cumplen esa condición –y en la tabla periódica hay ochenta y tantos metales, así que se trata de un grupo muy selecto–. Por si te lo estás preguntando, los otros miembros del club son el hierro, el estaño, el plomo, la plata, el oro y el mercurio.
Cobre en un cable de alta tensión (WdWd / CC 3.0 Attribution-Sharealike License).
Ya dijimos, al hablar del titanio, que ese elemento se ha convertido en un extraordinario aliado tecnológico de la civilización moderna. El cobre, sin embargo, lo deja en pañales en cuanto a su importancia para nuestra tecnología: el conocimiento de su existencia, su utilidad y, sobre todo, la capacidad de obtenerlo en gran cantidad, cambiaron nuestra historia como especie para siempre. Gracias a él abandonamos la Edad de Piedra, para luego abandonarlo hasta cierto punto y luego volver de nuevo a él como metal fundamental en nuestra tecnología. Pero vamos por partes.
Aunque parezca contradictorio, el cobre no es de los elementos más abundantes en la corteza terrestre. Existe en una proporción de unas 50 partes por millón, y si ordenásemos los elementos de la corteza según su frecuencia ocuparía el nada honorable puesto número 26, entre el zinc y el cerio. Para ponerlo en perspectiva, el hierro es unas ochocientas veces más abundante que el cobre en la corteza de nuestro planeta. Sin embargo, no sólo supimos cómo extraer cobre de las rocas antes que hierro, sino que durante muchos milenios el cobre fue nuestro metal tecnológico fundamental.
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