En su Historia del comunismo sucinta y jugosa, el maestro Richard Pipes viene a decir que Mengistu, el Negus Rojo, más que rojo era color verde militarote y camaleón; que su marxismo-leninismo fue sobre todo una coartada, un oportunismo. Pues disimulando lo bordó: arrasó su país como sólo sabe hacerlo un comunista, y no le cupieron en el pecho más distinciones cubanas y soviéticas.
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Mengistu Haile Mariam nació en Walayita (no acabo de dar con ella en el mapa) en 1937. La Wiki dice que dicen que su madre fue la hija bastarda de un hijo bastardo del emperador Menelik II, pero vaya usted a confirmarlo, si eso; yo pisaré terreno más firme y me limitaré a informarle de que su padre, Haile Mariam, estaba al servicio del terrateniente Eshete Gada y de que su madre, cuyo nombre ignoro, murió de parto en 1945. MHM vivió unos años, pocos, con la abuela; luego, hasta 1991, todos con por para el Ejército.
Tras graduarse en la Academia Militar Holetta, marchó a Estados Unidos a seguir estudios relacionados con la tecnología armamentística. Los más maleados habrán parado las orejas ya, por ese vaticinio les habrían dado una miseria en una casa de apuestas:
Como el buen comunista que dice Mr. Pipes que no fue, Mengistu (¿será verdad que asfixió al octogenario emperador con una almohada?) desató una feroz represión contra la izquierda que no le bailaba el agua y contra sus propios colegas felones: cuando –noviembre de 1977– ejecutó al vicepresidente del Derg, Atnafu Abate, se justificó diciendo que éste "había puesto los intereses de Etiopía por encima de los intereses del socialismo", lo cual no deja de ser una frase curiosa para un oportunista.
Su Terror Rojo pudo cobrarse la vida de hasta medio millón de personas, según Aministía Internacional, y tuvo entre sus ejecutores a unos 10.000 agentes soviéticos. Sus rojísimas políticas económicas comprendieron la nacionalización de la banca y las compañías de seguros, la abolición de la propiedad privada de la tierra, el encuadramiento forzoso de los campesinos en comunas como las que padecieron los chinos en tiempos de Mao... Su guerra contra la igualmente roja Somalia por el control de Ogadén fue también la guerra de la cárdena Cuba, que le mandó nada menos que 15.000 combatientes escarlata. Su amigo Fidel Castro le condecoró con la Orden de José Martí y con la Orden de Playa Girón ("por su valerosa lucha contra el imperialismo y la reacción, su promoción de medidas radicales en beneficio del pueblo y sus extraordinarias contribuciones a la victoria de África contra todas las formas de opresión"), y la non sancta Madre Rusia soviética le distinguió con la Orden de la Revolución de Octubre. ¡Hasta el nauseabundo Consejo Mundial de la Paz le sacó lustre a la pechera, otorgándole su Medalla de Oro Frédéric Joliot-Curie! ¿Estamos seguros de que este tío no fue comunista? ¡Si hasta generó su propia hambruna (¿un millón de muertos?), como Lenin, como Stalin, como Mao!
En el tétrico 1984, cuando vimos en la tele larguiruchos moribundos comidos por las moscas y niños espectrales con los ojos abiertos de par en par a la pura angustia, Mengistu destinó el 46% del PIB etíope a gastos militares. Sólo en los 80, la URSS le dio 10.000 millones de dólares en concepto de ayuda militar. Así que, de nuevo lo típico cuando andan comunistas de por medio, en la Etiopía de Mengistu la gente no tenía dónde caerse muerta pero el Ejército era formidable: el segundo más importante del África subsahariana.
Tras graduarse en la Academia Militar Holetta, marchó a Estados Unidos a seguir estudios relacionados con la tecnología armamentística. Los más maleados habrán parado las orejas ya, por ese vaticinio les habrían dado una miseria en una casa de apuestas:
Allí se hizo antiamericano y simpatizante del movimiento nacionalista negro. Fue también en Estados Unidos que su filosofía stalinista tomó forma.Ese par de líneas, es claro, no las redactó el maestro Pipes, sino un señor del departamento de Documentación de la BBC; tampoco, más claro aún, estas otras, del mismo texto anónimo:
[Mengistu] se veía a sí mismo como un campeón comunista del Tercer Mundo. Junto a los de Lenin, Engels y Marx, colgó enormes retratos suyos en los que conducía las masas hacia la victoria.
Pasaba mucho de su tiempo libre leyendo tratados marxistas-leninistas y lucía chaquetas y gorros de corte soviético.Ese Mengistu era ya el Negus Rojo, sí, el abominable tirano que hambreó y bañó en sangre a Etiopía durante 17 infaustos años.
En un discurso público, [Mengistu] espetó: "¡Muerte a los contrarrevolucionarios! ¡Muerte al EPRP!"; y entonces sacó tres botellas de algo que parecía sangre y las estrelló contra el suelo para mostrar lo que haría la revolución con sus enemigos. En los dos años siguientes [1977-78], en las calles de la capital y de otras ciudades pudieron verse los cadáveres de miles de jóvenes de ambos sexos, asesinados por la milicia de los kebeles(...) Para recuperar los cuerpos de sus seres queridos, las familias tenían que pagar a los kebeles una tasa denominada "La bala gastada".
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En 1974, los militares comunistas del Derg ("comité") derrocaron a un emperador Haile Selassie superado por los acontecimientos, especialmente la hambruna que padecía la provincia nororiental de Wolo. Mengistu en un primer momento no fue el hombre fuerte de los golpistas, pero su labor de posicionamiento y zapa no tardó en rendir sus frutos podres.Como el buen comunista que dice Mr. Pipes que no fue, Mengistu (¿será verdad que asfixió al octogenario emperador con una almohada?) desató una feroz represión contra la izquierda que no le bailaba el agua y contra sus propios colegas felones: cuando –noviembre de 1977– ejecutó al vicepresidente del Derg, Atnafu Abate, se justificó diciendo que éste "había puesto los intereses de Etiopía por encima de los intereses del socialismo", lo cual no deja de ser una frase curiosa para un oportunista.
Su Terror Rojo pudo cobrarse la vida de hasta medio millón de personas, según Aministía Internacional, y tuvo entre sus ejecutores a unos 10.000 agentes soviéticos. Sus rojísimas políticas económicas comprendieron la nacionalización de la banca y las compañías de seguros, la abolición de la propiedad privada de la tierra, el encuadramiento forzoso de los campesinos en comunas como las que padecieron los chinos en tiempos de Mao... Su guerra contra la igualmente roja Somalia por el control de Ogadén fue también la guerra de la cárdena Cuba, que le mandó nada menos que 15.000 combatientes escarlata. Su amigo Fidel Castro le condecoró con la Orden de José Martí y con la Orden de Playa Girón ("por su valerosa lucha contra el imperialismo y la reacción, su promoción de medidas radicales en beneficio del pueblo y sus extraordinarias contribuciones a la victoria de África contra todas las formas de opresión"), y la non sancta Madre Rusia soviética le distinguió con la Orden de la Revolución de Octubre. ¡Hasta el nauseabundo Consejo Mundial de la Paz le sacó lustre a la pechera, otorgándole su Medalla de Oro Frédéric Joliot-Curie! ¿Estamos seguros de que este tío no fue comunista? ¡Si hasta generó su propia hambruna (¿un millón de muertos?), como Lenin, como Stalin, como Mao!
En el tétrico 1984, cuando vimos en la tele larguiruchos moribundos comidos por las moscas y niños espectrales con los ojos abiertos de par en par a la pura angustia, Mengistu destinó el 46% del PIB etíope a gastos militares. Sólo en los 80, la URSS le dio 10.000 millones de dólares en concepto de ayuda militar. Así que, de nuevo lo típico cuando andan comunistas de por medio, en la Etiopía de Mengistu la gente no tenía dónde caerse muerta pero el Ejército era formidable: el segundo más importante del África subsahariana.
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El régimen de Mengistu, tras diecisiete años de existencia, cayó en el verano de 1991. El propio líder huyó en avión a Zimbabue, en el último momento. (...) Estaban en guerra con él guerrilleros de las montañas del norte (Eritrea) y del sur (Oromo). (...) Una semblanza de los guerrilleros: muchachos descalzos, a menudo niños, desharrapados, hambrientos y mal armados. Los europeos, temiendo una matanza terrible (...), empezaron a huir de la ciudad [Adís Abeba]. Pero sucedió otra cosa, algo que podría servir de tema para una película asombrosa y tituladaAniquilación de un gran ejército. Al enterarse de la huida de su líder, aquel ejército poderoso y armado hasta los dientes se desmoronó en pocas horas. Los soldados, hambrientos y desmoralizados, en un instante se convirtieron en mendigos, ante los ojos atónitos de los habitantes de la ciudad. Con un kalashnikov en una mano, extendían la otra pidiendo algo para comer. Los guerrilleros tomaron la ciudad prácticamente sin lucha. Los soldados de Mengistu, tras dejar abandonados tanques, lanzaderas de misiles, aviones, cañones y carros blindados, se marcharon (cada uno por su cuenta) –a pie, montando mulas, en autobuses– a sus aldeas, a casa.En 1994 la Justicia etíope abrió juicio contra Mengistu –y otros 72 jerarcas del Derg– por genocidio. El fallo se hizo esperar hasta enero de 2007: cadena perpetua; pero en mayo de 2008 se lo pensaron mejor y le condenaron a muerte. Desde su dorado exilio zimbabuense, Mengistu se ríe, brama contra quienes le derrocaron (una recua de "mercenarios" y "colonizadores") y reivindica su legado: "El llamado 'genocidio' fue una guerra en defensa de la revolución".
(Ryszard Kapuscinski, Ébano, Anagrama, Barcelona, 2000, p. 234).
El señor Mengistu dijo que la revolución fue necesaria para sustituir el "muy desfasado, arcaico y feudalista sistema" del emperador (...). Negó haber ordenado la muerte de Haile Selassie diciendo: "Tenía 80 años y estaba muy débil. Hicimos todo lo posible por salvarle pero no pudimos". Aseguró que su revolución socialista había ayudado a millones de campesinos pobres que habían luchado contra el dominio imperial [y] culpó al antiguo líder soviético Mijaíl Gorbachov del colapso del Derg, que previamente había recibido apoyo financiero y militar de Moscú.Ese descaro, ese cuajo de maldito asesino sinvergüenza también es muy comunista. Así que, venerable maestro Richard Pipes, voy a atreverme a pedírselo: hágaselo mirar.
El actual Gobierno etíope está compuesto por "nacionalistas estrechos y contrarrevolucionarios", afirmó, y no tiene "base legal o moral para juzgar la revolución etíope".
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