Realmente queda mucho PSOE por hacer, como dicen los promotores del manifiesto. De este párrafo se deduce cuánto: «Cuando aplicamos, ciertamente obligados, políticas contra la crisis, ajenas a nuestra orientación ideológica y a nuestros valores, perdimos otra parte de nuestro crédito». El párrafo tiene mérito, porque describe la actitud con que Zapatero encaró la crisis y la desolación estratégica de la izquierda. La clave está en esa aposición hiriente: «Ciertamente obligados». El sujeto no está explícito, pero puede adivinarse. En una escala de lo más abstracto a lo más concreto el sujeto va desde la realidad a Merkel. Pero cualquiera aceptará que, para lo que nos ocupa, los dos entes son lo mismo.
No sé bien si estos laboriosos socialistas han calculado las implicaciones de verse obligados por la realidad. Para empezar, no se entiende la queja implícita. Un partido cuyos valores y orientación ideológica son incompatibles con la realidad es un partido condenado: la primera condición para cambiar el mundo es instalarse en él. Pero si la incompatibilidad con la realidad se da ejerciendo el poder la enfermedad es gravísima, porque el poder diseña en buena parte la realidad. Un partido que, gobernando, afronta una realidad incompatible con sus valores (y por lo tanto una realidad ideológica, por así decirlo, y no, por ejemplo, la realidad de una catástrofe natural) tiene dos posibilidades: o cambiar la realidad o cambiar de valores. Nada de eso hizo Zapatero, que aceptó los dictados de la realidad, manteniendo el corazón a salvo. Y que en la cuadratura del círculó presumió (y lo que presumirá) de haber salvado a España, sin advertir a qué paroxismo de contradicción había llegado cuando salvar a España supuso arrumbar los valores del Partido Socialista.
No hay una salida de izquierdas a la crisis. Si la hubiese, nuestro primer izquierdista la habría aplicado porque no era un hombre que se arredrase fácilmente: ahí está la Alianza de Civilizaciones y el ministerio del Concepto. Su farsa máxima, que ahora pretenden proseguir los laboriosos, fue que sí la había, pero le obligó la realidad teutona. Farsa y socialdemocracia, y pleonasmo, todo en estado puro, que prueba que la oposición es el lugar preferido de la izquierda para pasar una crisis. Pasarán los años y la actualidad dudará sobre esa sentencia; pero entonces saltará la Historia y recordará el caso de aquel presidente que se instaló como oposición de sí mismo, derrocándose.
(El Mundo, 22 de diciembre de 2011)
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