El Gobierno que salga elegido en las elecciones de hoy tendrá que tomar muchas decisiones para hacer frente a los problemas del desempleo, del mercado inmobiliario, del sistema financiero, de la crisis del euro, etcétera. Cuando tome estas decisiones, debe ser consciente en todo momento de que la acción de gobierno necesita orientarse hacia el segmento más azotado por la crisis: los jóvenes.
Su indignación no es sorprendente. Uno de cada dos jóvenes menores de 30 años no dispone de empleo. La precariedad es habitual para el resto: la mitad de los que trabajan tiene un contrato temporal. Su vida está en estado de congelación, con escasas posibilidades de comenzar una familia, comprar una casa y avanzar en su carrera profesional. Dadas las bajas perspectivas de crecimiento para los próximos años, el riesgo de quedarse atascado en los márgenes del mercado tras un periodo dando tumbos es desgraciadamente elevado.
El problema clave a medio plazo es el bajo nivel de formación de gran parte de esta generación. En un mundo dominado por las tecnologías de la información y en el que muchos procesos productivos menos avanzados se deslocalizarán hacia países en desarrollo, la formación adquiere cada día más importancia. Pues bien, de acuerdo con datos recientes de Eurostat, algo menos de uno de cada tres jóvenes españoles de 18 a 24 años abandona el sistema educativo sin conseguir un título posterior a la enseñanza secundaria obligatoria.
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