[C]oincide con mi lectura de las memorias de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz. Como las de otros jefes nazis, se trata de unas memorias dudosas, en el sentido de que no se sabe bien hasta qué punto las escribió él y en qué condiciones. Pero su apelación a la obediencia debida es un clásico. Höss dice que no era fácil eludir las órdenes sabiendo que a los desobedientes les esperaba un Consejo de Guerra. No le falta razón, desde luego. Una de las características del crimen es lo cómodo que es, y la buena vida que llevan los criminales.
Sobre el entorno, por cierto, hay un párrafo irrevocable en la introducción de Primo Levi a las memorias de Höss: «Se pasó la vida haciendo suyas las mentiras que impregnaban el aire que respiraba y, por lo tanto, mintiéndose a sí mismo».
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