Razonable artículo de Bernard-Henry Lévy sobre el conflicto en Israel.
Artículo:
Evidentemente, no he cambiado de posición. Como dije ese mismo día en Tel Aviv, durante un acalorado debate con un ministro de Netanyahu, la forma en que se desarrolló el asalto, frente a las costas de Gaza, del Mavi Mármara y su flotilla me sigue pareciendo "estúpida".
Y si me hubiera quedado la más mínima duda de ello, el abordaje, este sábado por la mañana y sin violencia alguna, del séptimo navío habría terminado de convencerme de que había otras formas de actuar para evitar que se cerrase así, es decir, con un baño de sangre, la trampa táctica y mediática que le tendieron a Israel los provocadores de Free Gaza.
Una vez dicho esto, tampoco se puede aceptar, no obstante, el raudal de hipocresía, mala fe y, por si fuera poco, desinformación que parecía no esperar sino este pretexto para, como siempre que el Estado judío da un traspié, inundar los medios de comunicación del mundo entero.
Desinformación: la fórmula, machacada ad náuseam, del bloqueo impuesto "por Israel", cuando la más elemental honestidad exigiría que se precisara: "por Israel y por Egipto", conjuntamente, por ambas partes, por los dos países idénticamente fronterizos con Gaza. Y esto con el beneplácito apenas disimulado de todos los regímenes árabes moderados, encantados de ver a otro contener, en interés y para satisfacción de todos, la influencia de ese brazo armado, de esa avanzadilla y, un día, tal vez, de ese portaaviones de Irán en la región.
Desinformación: la idea misma de un bloqueo "total y despiadado" (Laurent Joffrin, en su editorial del diario francés Libération del 5 de junio) que convierte "en rehén" (ex primer ministro Dominique de Villepin, en Le Monde del mismo día) a la "humanidad en peligro" de Gaza. El bloqueo, no nos cansaremos de recordarlo, solo atañe a las armas y a los materiales que sirven para fabricarlas, y no impide que pasen desde Israel entre 100 y 120 camiones diarios cargados de víveres, medicamentos y material humanitario de toda clase. La humanidad no está "en peligro" en Gaza. Decir que en las calles de la ciudad de Gaza se "muere de hambre" es mentir. Podemos discutir si el bloqueo militar es o no la mejor opción para debilitar y, un día, derribar al Gobierno fascislamista de Ismail Haniyah, pero lo que es indiscutible es el hecho de que los israelíes que sirven, día y noche, en los puestos de control entre ambos territorios son los primeros en hacer la elemental pero esencial distinción entre el régimen (que hay que intentar aislar) y la población (a la que se cuidan mucho de confundir con ese régimen y, aún más, de penalizar, pues, lo repito, la ayuda nunca ha dejado de llegar).
Desinformación: el silenciamiento prácticamente total, en el mundo entero, de la increíble actitud de Hamás, que, ahora que el cargamento de la flotilla ha cumplido su función simbólica; ahora que ha servido para incitar al Estado judío al error y para reactivar con más fuerza que nunca la mecánica de su demonización (Libération, de nuevo, publicaba un terrible titular: Israel, Estado pirata, que, si las palabras aún significan algo, solo puede entenderse como una deslegitimación del Estado hebreo); ahora que, en otras palabras, son los israelíes quienes, una vez llevada a cabo la inspección, deciden encaminar la ayuda hacia sus supuestos destinatarios, se silencia, decía, la actitud de un Hamás que bloquea la mencionada ayuda en el paso fronterizo de Kerem Shalom y deja que se pudra tranquilamente: ¡al diablo las mercancías que pasaron por las manos de los aduaneros judíos!, ¡a la basura los "juguetes" que han hecho llorar a tantos y tan caritativos europeos, pero que se han vuelto impuros tras las horas demasiado largas pasadas en el puerto israelí de Ashdod! Para el gang de islamistas que, hace tres años, tomó el poder por la fuerza en la franja, los niños de Gaza nunca han sido otra cosa que escudos humanos, carne de cañón o reclamos mediáticos; sus juegos o deseos son la última cosa que les preocupa, pero ¿quién lo dice?, ¿quién se indigna por ello?, ¿quién se arriesga a explicar que si hay alguien en Gaza que toma rehenes, si alguien se aprovecha fríamente y sin escrúpulos del sufrimiento de la gente, y de los niños en particular, en resumen, si hay un pirata allí, no es Israel sino Hamás?
Más desinformación: irrisoria, pero teniendo en cuenta el contexto estratégico, desinformación al fin y al cabo: el discurso en Konya, en el centro de Turquía, de un primer ministro que encarcela a cualquiera que ose evocar públicamente el genocidio armenio y tiene la desfachatez de denunciar el "terrorismo de Estado" israelí ante miles de manifestantes exaltados que vociferan eslóganes antisemitas.
Y aún más desinformación: los lamentos de los tontos útiles que cayeron, antes que Israel, en la trampa de esos extraños "activistas humanitarios" que son, la IHH turca (Humanitarian Relief Foundation en sus siglas en inglés, Insani Yardim Vakfi en sus siglas en turco), por ejemplo, adeptos a la yihad, fanáticos del apocalipsis antiisraelí y antijudío, hombres y mujeres que, en algunos casos, pocos días antes del asalto afirmaban que querían "morir como mártires" (The Guardian del 3 de junio, Al Aqsa TV del 30 de mayo). ¿Cómo un escritor del temple del sueco Henning Mankell ha podido dejarse engañar así? ¿Cómo, cuando dice estar considerando la posibilidad de prohibir la traducción de sus libros al hebreo, puede olvidar la sacrosanta distinción entre un Gobierno culpable o estúpido y toda esa multitud que no se identifica en absoluto con este? ¿Cómo ha podido asociar a uno y otro en el mismo insensato proyecto de boicot? ¿Cómo una cadena de salas de cine (Utopia) puede, en Francia de nuevo y exactamente de la misma forma, desprogramar el estreno de una película (A cinco horas de París) solamente porque su autor (Leonid Prudovsky) es ciudadano israelí?
Desinformadores, finalmente, los batallones de tartufos que lamentan que Israel eluda las exigencias de una investigación internacional cuando la verdad es, de nuevo, mucho más simple y más lógica: lo que Israel rechaza es la investigación solicitada por un Consejo de Derechos Humanos de la ONU en el que campan a sus anchas esos grandes demócratas que son los cubanos, los paquistaníes y otros iraníes; lo que Israel no quiere es una dinámica como la que desembocó en el famoso informe Goldstone, encargado tras la guerra de Gaza por la misma simpática Comisión y con ocasión del cual pudimos ver a cinco jueces, de los que cuatro nunca han ocultado su antisionismo militante, reunir en unos días 575 páginas de entrevistas de combatientes y civiles palestinos llevadas a cabo (¡herejía absoluta y sin precedentes en este tipo de trabajo!) bajo la atenta mirada de los comisarios políticos de Hamás. Lo que Israel ha hecho ha sido advertir (¿cómo reprochárselo?) que no se prestará al simulacro de justicia internacional que representaría una investigación chapucera, con unas conclusiones conocidas de antemano y que solo apuntaría, como de costumbre, a sentar, de forma perfectamente unilateral, a la única democracia de la región en el banco de los acusados.
Un último apunte. Para un hombre como yo, para alguien que se honra de haber contribuido a inventar, junto con otros, el principio de este tipo de acciones simbólicas (Un barco para Vietnam; Marcha por la supervivencia de Camboya en 1979; boicots antitotalitarios varios; o, más recientemente, violación deliberada de la frontera sudanesa para romper el bloqueo al abrigo del cual se perpetraban las masacres en masa de Darfur), para un militante, en otros términos, de la injerencia humanitaria y del ruido que conlleva, hay en esta epopeya miserable una especie de caricatura, una mueca lúgubre del destino. Razón de más para no ceder. Razón de más para rechazar esta confusión de géneros, esta inversión de signos y valores. Razón de más para resistirse a esta tergiversación que pone al servicio de los bárbaros el espíritu mismo de una política que fue concebida para combatirlos. Miseria de la dialéctica antitotalitaria y de sus virajes miméticos. Confusión de una época en la que se combate a las democracias como si se tratara de dictaduras o Estados fascistas. Israel está en el centro de este torbellino de odio y locura, pero al mismo tiempo, no lo olvidemos, algunas de las conquistas más preciadas, en la izquierda sobre todo, del movimiento de las ideas de los últimos 30 años se ven así en peligro. A buen entendedor...
Bernard-Henri Lévy es filósofo francés. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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