Tras la muerte del dictador cubano hay algunos, pocos pero ruidosos, que alaban su figura. Ese tipo de personas no son las que me preocupan, bastante tienen con lo suyo. Sus críticas dependen más de su ideología que de un análisis objetivo de la realidad. Pero hay reacciones de otras personas e instituciones que sí me preocupan, y mucho. Presidentes y Jefes de Estado incapaces de usar la palabra dictador, de indicar las muertes de las que es directamente responsable el tirano, de señalar la brutal represión y falta de libertad, de resaltar la pobreza de los cubanos, y tantas otras maldades.
Fulgencio Batista, otro dictador, fue derrotado en 1959. ¡Han pasado 57 años! ¿Qué más se necesita para criticar a una persona y un régimen? ¿Qué tenía que haber hecho para recibir el reproche de todas las democracias del mundo? ¿No es significativo que su joven hermano sea el heredero? La historia no le absolverá.
Ha muerto tranquilamente en la cama, no como sus miles de víctimas. Por ejemplo, Reinaldo Arenas, perseguido, encarcelado, y torturado, por ser crítico con la tiranía y por ser homosexual. Lean el estupendo libro de Juan Abreu, A la sombra mar. ¿Se puede dejar morir a una persona que ha provocado tanto sufrimiento sin, al menos, recordar sus crímenes? ¿No se puede mostrar firmeza frente a una dictadura?
Las democracias, tan denostadas pero tan admirables, son todo lo contrario a lo que representa el actual régimen cubano. No las desprestigiemos.
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