Cuando se subvenciona a empresas de un determinado sector y éstas tienen éxito siempre se habla del acierto de la subvención. Evidentemente si las empresas no salen a flote, a pesar de la subvención, ésta es un desastre total y absoluto.
Pero incluso si esas empresas tienen éxito, hay un reverso tenebroso. Como escribe en esta carta Don Boudreaux, ¿qué industrias han dejado de desarrollarse porque se ha subsidiado a otras? ¿Qué trabajos han dejado de crearse porque se ha protegido a otra industria? ¿Qué riesgos han tomado esas empresas subvencionadas, sabiendo que en último término serán rescatadas con dinero público si hay problemas?
Las preguntas anteriores son sólo la punta del iceberg, es evidente que en el momento en que el Estado entra a subvencionar distorsiona el mercado y eso trae consecuencias, en muchos casos desagradables.
El Estado debería estar para otras cosas, y no para ayudar a determinadas empresas a competir en el libre mercado.
Hay ejemplos de esto en el estupendo libro de Xavier Sala i Martín, Economía liberal para no economistas y no liberales:
"Reducir las barreras proteccionnistas y las subvenciones que tanto Estados Unidos como Europa dan a sus productos agrícolas. Los contribuyentes pagamos más de 340 000 millones (¡¡¡trescientos cuarenta mil millones!!!) de euros anuales para subvencionar a los campesinos europeos y americanos". Una muestra de esta indecencia es que "el año pasado, 40 millones de litros de leche se echaron a perder en el norte de Tanzania mientras los supermercados de la capital, Dar es Salaam, solamente vendían leche holandesa. ¿Cómo es posible que sea más barato comprar leche holandesa que leche tanzana en Tanzania? La explicación es bien simple: los productos europeos disfrutan de obscenas subvenciones, lo que les permite competir (deslealmente) con los de los países pobres". (P. 174). Por ejemplo, en Nueva Zelanda han eliminado las ayudas hace tiempo, y el sector va mejor que antes.
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