Este argumento tiene dos problemas devastadores. Primero, el papel que el dinero juega en la economía no es el de inversión sino el de facilitar el intercambio. No hay ningún bisabuelo que en 1900 guardara su fortuna en dólares de papel. Los bisabuelos de 1900 utilizaron los dólares que tenían en su bolsillo para comprar comida, ropa o regalos para las bisabuelas y los que tenían fortunas compraron tierras, joyas, acciones en compañías, fondos de inversión o bonos del estado. La razón es que todos entendían que una cosa es el dinero y otra cosa es la inversión. El dinero sirve para comprar productos y las inversiones no (no puedes ir al supermercado y cambiar un pescado por una acción de Microsoft). Las inversiones sirven para conservar o aumentar la riqueza y el dinero no. Esta simple lección debería ser aprendida por los creadores de bitcoins (y, de paso, ¡por los defensores del patrón oro!).
El segundo problema grave del argumento de que supone que “el bitcoin no perderá valor como les pasa a todos los monedas de papel porque la oferta no aumentará”. Eso es falso: el precio de la moneda no solo lo determina la oferta sino que también depende de la demanda.
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Suntech e Isofotón, empresas solares en quiebra; por Antón Uriarte.
No deja de ser cínico, aunque coherente, que entre sus recientes fichajes para un puesto directivo de proyección internacional, en el pasado mes de septiembre, se encuentre Teresa Ribera, licenciada en Derecho y funcionaria del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado. Para eso le ha valido el pertenecer desde la época de Jaume Matas —firmante del Protocolo de Kioto en representación de la Unión Europea— a la Oficina Española de Cambio Climático. El no saber nada de climatología le permitió seguir ascendiendo hasta que fue nombrada secretaria de Estado del Cambio Climático con Rodriguez Zapatero. Nada más y nada menos
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