Lecturas 07.04.2013

Cómo conseguir una buena educación para nuestros maestros, por Antonio Cabrales.

Yo les propongo una solución relativamente sencilla al problema de nuestros maestros de primaria. Un “numerus clausus” en las escuelas de magisterio que dé lugar a unas notas de ingreso más elevadas (como ya pasa, por ejemplo, en Finlandia). Alguien puede contestar lo que me cuentan que le dijeron a los responsables de una comunidad autónoma los decanos de las escuelas de magisterio al proponerles una nota de 6 para entrar en la escuela: “pero es que entonces nos quedamos sin estudiantes”. Y esto me lleva a la segunda medida. La financiación de las escuelas de magisterio no debería depender del número de estudiantes sino de las notas del TEDS-m o alguna prueba equivalente. Así los decanos no se verían en el dilema de admitir a futuros malos profesores o quedarse sin financiación. Y, ya puestos, que nos den a las demás facultades el mismo tratamiento. Porque es verdad que un mal maestro tiene consecuencias nefastas para la sociedad, pero un mal economista o un funesto banquero son también armas de destrucción social masiva.

Cómo hacer amigos e influir políticos: el caso de Enron, por Roger Senserrich.

Lo que encontraron en toda esa pila de documentos fue que Enron utilizaba un poco de todo, pero el arma favorita no eran donativos, sino un uso entusiasta de lobistas. Dos grandes capítulos monopolizando la atención de los directivos. Primero, la abrumadora mayoría de la cháchara política en la empresa no es influencia directa, sino recogida de información. Dos tercios de toda la correspondencia electrónica son básicamente noticias sobre cambios regulatorios, planes, borradores, comisiones y demás temas legislativos arcanos. Una cantidad enorme de la información que maneja la empresa, además, es de producción propia; los lobistas de Enron dedicaban gran parte de su tiempo a tomar notas de todo lo que sucedía, sin más. Cuando una empresa depende del sistema político tiene que invertir muchos recursos intentando entender ese proceso, y Enron no era una excepción.

Parteros/as, por Arcadi Espada.

Baste fijarse en estas dos consecuencias fácticas de la ley democrática. 1. Desde la Rusia del 17 y la Alemania de los 30 nunca la interrupción revolucionaria de procesos democráticos ha dado lugar a ¡más democracia! sino a cualquiera de los dos totalitarismos, aparentemente opuestos, del siglo XX. 2. Nunca dos naciones democráticas se han declarado la guerra. Estas dos conclusiones puramente fácticas deberían ser suficientes para entender hasta qué nivel de bajeza intectual llegan los que colocan la ley democrática como una más entre las leyes de la historia, sujeta a idéntica posibilidad (y legimidad) de quiebra violenta.

Observatorio Ornitológico. Un volazido de madera de 12 metros, por Espacios de Madera.


Nosotros, los mercados, de Daniel Lacalle. Por Carlos Rodríguez Braun.

Tras leer este libro, usted ya no se tragará estos cuentos: no necesitamos simplemente que fluya el crédito, sino una economía sólida en condiciones de invertirlo bien, y de devolverlo. Precisamente estamos en crisis porque el crédito fue artificialmente abaratado, la deuda creció excesivamente, se invirtió demasiado y demasiado mal, y ahora debemos “desapalancarnos”. El Gobierno, en vez de ayudar, ha aumentado sin cesar la deuda pública y ha subido los impuestos. Lógicamente, la débil recuperación se frenó y estamos otra vez en recesión.

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