El Holocausto nazi fue un éxito, por Nacho Carretero.
“Es muy sorprendente que todavía haya vida judía en Europa”, afirmaba no hace mucho en una entrevista Michael Brenner, profesor de Historia Judía de la Universidad de Munich. Tan sorprendente como que, aunque sea de vez en cuando, los europeos no nos echemos las manos a la cabeza por lo sucedido. Y no solo por la masacre, que también, si no por haber dilapidado tal riqueza humana: siendo el 0,4% de la población mundial, los judíos poseen el 24% de todos los premios Nobel, por poner un ejemplo. Este texto tiene la pretensión final de ser eso: un echarse las manos a la cabeza por lo que hicimos.
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Según datos oficiales en 1933 vivían en la URSS 2,5 millones de judíos; el 36% fue asesinado. En Rumanía había casi un millón; fue exterminado el 47%. Entre Letonia, Estonia y Lituania albergaban a unos 250.000 judíos y el 70% fue eliminado. Alemania: 525.000 judíos, una cuarta parte asesinados. Hungría: 450.000 judíos, el 70% exterminado. Francia: 220.000 judíos, el 22% asesinado. Holanda, 160.000 judíos, el 71% eliminado. También fueron diezmadas las poblaciones judías de Austria, Bélgica, Eslovaquia, Yugoslavia, Grecia, Noruega y Luxemburgo. Pero si algo da forma a lo que fue este exterminio, si algo permite comprender las dimensiones de lo sucedido y deja ver cómo un próspero y fructífero pueblo fue barrido porque sí de Europa, ese algo es Polonia.
De los 9,5 millones de judíos que había en 1933 en Europa, quedaron 3,5 millones al final de la guerra. Sin duda, el holocausto nazi fue un éxito.
Cuba: 16 horas en “El Vivac”, por CubaNet.
Narra Berta Soler que, luego de la golpiza y de ser arrastradas por la calle, estuvieron retenidas 16 horas en “El Vivac”, un centro de internamiento para personas que no son de la capital y no están legales en La Habana. Centro de de tránsito fascista donde ocurren interrogatorios, vejaciones y autoritarismos sin más ley que el abuso de poder.
La carreta, por David Gistau.
El periodismo sufre una crisis propia tan salvaje que no puede permitirse contradecir a grandes clientelas potenciales. Eso, que invalida para un liderazgo moral, para discutir con el propio lector aun a riesgo de perderlo, es aún más grave cuando el periodismo intuye que lo que su clientela potencial desea es que le sean confirmados los motivos de su rencor y de su ira nihilista. Así ocurre que, más allá del acierto de algunas portadas de denuncia, o de la insolvencia de otras, cada cierto tiempo hay que agarrar a un personaje público y pasarlo por la quilla. Luego, las redes sociales terminan de despedazarlo. A esto, que los políticos ya temen como a la carreta de la guillotina, hay quien lo llama salvar la democracia. Bien está, que diría Arcadi. Pero, en algún momento, y aunque se atraiga la ira, alguien deberá parar y preguntar si, excedido el equilibrio del contrapeso y la vigilancia necesarios, de verdad la democracia se salva azuzando primero el sansculotismo que brota como síntoma terminal, y luego intentando apaciguarlo con una cabeza clavada en una pica.
Carlos Belmonte: "El dolor también es una reconstrucción del cerebro", por Antonio Matínez Ron.
A sus 70 años, el doctor Carlos Belmonte es uno de los neurocientíficos más prestigiosos de nuestro país. Ha estudiado los procesos celulares y moleculares que activan los receptores que median la percepción del dolor y el frío y es un experto en el estudio de las propiedades de las neuronas sensoriales. La mayor revolución, asegura, ha sido comprender cómo funcionan los canales del dolor, lo que puede abrir la puerta a nuevos fármacos.
Lo que sobran son payasos, por Xavier Sala i Martín.
En 2004, el parlamentario austríaco Hans Peter Martin provocó un escándalo mediático cuando filmó a compañeros suyos que aparcaban el coche a las escaleras del parlamento, entraban, fichaban e, inmediatamente después, volvían a salir y se iban. ¿La razón? ¡Las dietas! Se ve que si un parlamentario “ficha”, cobra unos 300 euros adicionales. Al parecer, no tiene que trabajar, ni votar, ni demostrar que ha producido algo útil. Simplemente tiene que “fichar”. Y ya se sabe que cuando se puede fichar y cobrar sin trabajar, siempre aparecen los listillos que se aprovechan del tema. La pregunta es: ¿esos listillos vienen de todos los países de Europa por igual? Para responder a la pregunta, el profesor Fisman y algunos coautores se entretuvieron a cruzar, día a día, los nombres de los parlamentarios que fichaban con los que votaban para identificar a los tramposos. Los resultados se publicaron en un artículo del NBER en 2012: de nuevo había una correlación estrecha entre el número de parlamentarios tramposos y el índice de corrupción. Dicho de otro modo: entre los transgresores había muchos griegos, italianos y portugueses y pocos suecos y daneses.
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