Hablo con los amigos sobre nuestra fortuna. La fortuna de los que pudimos escapar. ¿Qué hubiera sido de nosotros allá, en aquel estercolero? A saber. Cabe la posibilidad de que nos hubiéramos convertido en un Abel Prieto, un Barnet, un Kcho, u otra puta vendida por el estilo.
En una de las introducciones a la primera edición de mi libro A la sombra del mar, en 1998, escribí esto: “Miami es la ciudad del triunfo de los cubanos y del fracaso de los cubanos. La ciudad en la que hemos renunciado al porvenir, es decir, al regreso. Miami es el lugar donde podemos ser, al tiempo que devoran nuestro ser. El nuevo hogar que nos permitió sobrevivir, pero donde perdimos el alma”.
Tonterías. Palabrería oportunista y sentimental.
Pido por favor que se me disculpe tanta bobería. Miami es la ciudad que nos acogió y nos permitió recuperar nuestra humanidad perdida. Aquí ganamos la vida, que es lo único que hay. Me leo y me avergüenza tanta rimbombancia y tanta falsedad. El porvenir no es regresar, es quedarse aquí y progresar y ser lo más norteamericano posible. ¿Qué sentido tiene volver a la primitivez y la vileza de nuestra condición de cubanos?
El primer deber de un cubano de hoy es combatir la cubanidad. Cualquier cosa que esa porquería sea.
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