Mucho se ha repetido estos días que lo contrario a austeridad no es crecimiento, sino despilfarro. Acertado aserto que, sin embargo, no terminan de entender unos políticos y unos electores que siguen siendo presa del mismo ‘pensamiento burbuja’ que nos ha arrastrado hasta la dramática situación actual, a saber, esa ceguera cortoplacista que piensa que dándonos un festín a costa de una muy cara deuda podemos enriquecernos y prosperar. Idéntica miopía a la de la familia desempleada que hipoteca todas sus propiedades y confunde el despilfarro de los frescos fondos proporcionados por la banca con una mejora de su estatus económico.
En efecto, si el Gobierno español se endeudara adicionalmente en 20 puntos del PIB a objeto de construir decenas de nuevos aeropuertos o helipuertos en nuestro país y si la solvencia de España no se pusiera internacionalmente en duda (cosa del todo improbable, pero dejemos este obstáculo de lado), nuestra economía experimentaría un auge cortoplacista que impulsaría el gasto y la creación de empleo. Boom que, empero, tan sólo sería la antesala del posterior hundimiento derivado de tener que amortizar los 200.000 millones de euros que hemos pedido prestados más sus correspondientes intereses sin que las magníficas inversiones efectuadas contribuyan a proporcionar rédito alguno. Exactamente igual que la familia que se funde la hipoteca en divertimentos varios, se cree haber mutado en nuevos ricos y, al final, termina sufriendo las inclemencias de la losa de una deuda improductiva e impagable. Sacrificar el futuro a cambio del del etéreo disfrute del inmediato plazo.
Pues lo esencial, por mucho que algunos lo hayan olvidado –si es que alguna vez lo aprendieron–, es que la rentabilidad que genere la deuda adicional sirva para cubrir los intereses de la misma. Elemental prueba del algodón que nuestros próceres no es que hayan descuidado durante lustros, sino que se sienten absolutamente incapaces de acometer. Nadie debiera llevarse las manos a la cabeza: ¿cómo confiar en que, mientras los millones de empresarios españoles que conocen al dedillo su entorno local no encuentran nuevas oportunidades de inversión que ejecutar, nuestros ministros, secretarios de Estado, directores generales y sus correspondientes sosias autonómicos podrán planificar centralizadamente inversiones productivas por varias decenas de millones de euros?
Una nueva muestra de esa fatal arrogancia que caracteriza a todos los estatistas y que, hasta la fecha, se ha materializado en un todavía más fatal saldo financiero: entre 2007 y 2011, los políticos han incrementado la deuda pública española en 352.000 millones de euros para lograr el pírrico resultado de que nuestro PIB aumentara nominalmente en apenas 20.000 millones de euros. Nefasto intercambio que no hubiese podido enmendarse en caso de que nuestros mandatarios fuesen más diligentes, hábiles u honrados de lo que lo son. Quien crea que un Estado puede gastar medio billón de euros cada año de manera eficiente y productiva es que desconoce los irresolubles problemas de información y de incentivos a los que se enfrentan los políticos; cándida ignorancia que termina transformándose en el combustible del crecimiento desbocado del Estado y de la legitimación social de su despilfarro masivo.
Así las cosas, la manida Cumbre del Crecimiento, en la que muchos depositan sus esperanzas, sólo atina a asimilar falsariamente crecimiento de la economía con crecimiento del Estado. Una pauperizadora ecuación que lleva años fracasando en España y en Europa y que, pese a ello, el socialismo francés apuesta ahora por reeditar como si alguna vez hubiese dejado de aplicarse. Pero no necesitamos endeudarnos todavía más. Ahora mismo, la mejor inversión que puede realizar el Gobierno español es dejar de endeudarse, no sólo para ahorrarse unos intereses que ya rebasan el 6% anual, sino porque el capital privado no dejará de salir de nuestro país mientras no demostremos que somos capaces de evitar la suspensión de pagos y de seguir dentro del euro. En suma, es necesario que abandonemos ya de una vez por todas ese irresponsable y pueril pensamiento burbuja que nos anima a huir hacia adelante merced a una nueva ronda de imprudente endeudamiento y a descuidar que el abismo ya se halla a la vuelta de la esquina.
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