Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
¿Nunca se ha preguntado por qué aquí hay tantos abusos de poder que no hay en los países desarrollados? ¿Por qué aquí el FMLN se siente con el poder para violar los derechos de los ciudadanos, como en el caso de cometer impunemente el delito penal de divulgar declaraciones del impuesto sobre la renta de decenas de empresas, además de calumniarlas acusándolas falsamente de evadir impuestos, mientras en otros lados ni partidos ni gobiernos se atreven a violar la ley?
Es muy común escuchar personas que culpan de este contraste al tipo de políticos que pululan en nuestras oficinas públicas. Pero en los países desarrollados también hay gente que trata de abusar de su poder. La diferencia está en que allá la gente no se deja y usa todos los mecanismos institucionales para evitar que lo logren y para castigar los abusos que logran hacer. Allá protestan; aquí nos quedamos callados. Y una vez que se ha callado un abuso, callar se vuelve una costumbre. Esa es la diferencia.
En la introducción de uno de sus libros sobre política, el profesor Bruce Bueno de Mesquita de la Universidad de Nueva York muestra cómo una misma persona puede gobernar dos países distintos de maneras radicalmente diferentes, dependiendo de si siente que puede hacer lo que le da la gana o siente que la sociedad no va a tolerar sus abusos. Él nota cómo Leopoldo II, que reinó en Bélgica entre 1865 y 1909, fue uno de los gobernantes más progresistas de su tiempo, en Bélgica. En su reino se afirmó la monarquía constitucional, se mejoró sustancialmente la calidad de vida de los ciudadanos, y se respetaron los derechos individuales.
Pero al mismo tiempo, Leopoldo II fue el dueño del Estado Libre del Congo, llamado popularmente "el Congo Belga". No el gobernante, sino el dueño. Por muchos años Leopoldo trató de convencer a los políticos de que Bélgica debía de adquirir colonias, al igual que varios de los países vecinos, que había construido imperios que abarcaban el mundo entero. Pero los políticos, más interesados en los problemas locales que en las glorias imperiales, se negaron a prestarle atención. Frustrado, Leopoldo decidió tomar una ruta más directa. Contrató a Sir Henry Morton Stanley, un famoso explorador británico, para que le explorara y le comprara un terreno con más del triple del tamaño de Francia. Stanley lo hizo y compró el Congo Belga a varios jefes indígenas, completo con 30 millones de habitantes.
Leopoldo entonces procedió a explotar el marfil y el caucho de su gigantesca hacienda, explotando de la manera más salvaje a los pobladores, que se convirtieron en sus esclavos personales. La única excepción eran los que trabajaban en "la Fuerza Pública", que colaboraban con los europeos enviados por Leopoldo para explotar a los congoleses. A esos les pagaba muy bien y dejaba que fueran corruptos, a tal grado que muchos de ellos se hicieron millonarios y ostentaban sus riquezas enfrente de los esclavizados compatriotas. En el proceso, se calcula que mataron a 10 millones de sus compatriotas.
Bueno de Mesquita arguye que, aunque había racismo de por medio, eso no era la causa de la diferencia del trato que Leopoldo daba a los belgas y a los congoleses. Después de todo, al morir Leopoldo y al irse los belgas del Congo el país siguió cayendo en el mismo tipo de gobiernos, como el del tristemente célebre Mobutu Sese Seko, que fue tan terrible como Leopoldo aunque era de la misma raza que sus compatriotas.
La conclusión que saca Bueno de Mesquita de esta diferencia de comportamiento en la misma persona es que cuando los gobernantes necesitan el apoyo de muchos para mantenerse en el poder, su mejor opción es gobernar con buenas políticas que favorezcan al pueblo entero. Pero cuando los gobernantes se mantienen en el poder con sólo el apoyo de unos cuantos, su opción siempre es engordar y hacer felices a esos pocos, aún si esto significa hacer miserables a todos los demás.
La diferencia entre los lados de Leopoldo era que en Bélgica tenía que quedar bien con todos los belgas, porque todos se defendían, mientras que en el Congo sólo con los de la Fuerza Pública porque los demás no tenían manera de defenderse. El problema de Latinoamérica no es que no haya manera de defenderse. La ley da muchas maneras de hacerlo. El problema es que la mayoría se deja, no se mete, no protesta, no usa los mecanismos legales para defenderse, aun en casos en los que los ofendidos son muchos. Como los muchos no se meten ni siquiera para defenderse, los pocos son los que importan para controlar el país. De esta forma, las mayorías incentivan la concentración de los beneficios de los recursos del Estado en los pocos que gritan, y que violan la ley y los derechos de los demás impunemente.
Los que creen que si no protestan vivirán más tranquilos están equivocados. Son como los que al ver un perro furioso a punto de atacarlos miran hacia otro lado esperando que si no ven no los atacará. Si seguimos procediendo así, jamás se detendrá el abuso. Al contrario, se volverá cada vez peor, hasta que ya no quede nada que quitar.
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