Cuatro años de crisis económica en Occidente, de la peor crisis después de la Gran Depresión y, según otros informados, de la peor crisis tout court que ha vivido la humanidad, han provocado cuatro muertos. A un muerto por año, y todos en Grecia. Evidentemente esto no prejuzga lo que pueda ocurrir a partir de esta columna. Pero lo cierto es que han quebrado países, bancos, algún índice de paro se acerca a la cuarta parte de la población activa, se han recortado los sueldos en proporciones cercanas al 20% y se han visto afectadas zonas claves del Estado de Bienestar como la educación y la sanidad. Cuatro muertos. Es verdad que en algunos países la crisis provocó la aparición de algunos patéticos simulacros de revuelta; pero se diluyeron con el final de las vacaciones, en España, y la llegada de la nieve, en América. A día de hoy, instalados en el fondo de la crisis, el duro ajuste económico no ha provocado reacciones incompatibles con la democracia. Es decir, solo ha provocado cambios radicales de Gobierno. Es impresionante observar, en este sentido, el caso de Francia, donde el ajuste ha convivido con un nítido Gobierno de derechas. No ya muertos: ni una sola manifestación relevante. Antes del estallido de la crisis, es decir, en pleno derroche próspero, en las periferias francesas se celebraba el Año Nuevo con la tradicional y masiva quema de coches. Las revueltas de banlieue dejaron incluso algún muerto. En Gran Bretaña, las protestas, más activas, contra los planes de austeridad no causaron ni muertos ni heridos graves, en llamativo contraste con las revueltas bárbaras (y pijas) del verano. Hay quien llama a esta paz y a esta ley resignación. Estoy de acuerdo: estamos perfectamente resignados a vivir bien.
(El Mundo, 12 de enero de 2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario