Vía El Nuevo Herald.
La noticia de que Brasil otorgará becas a 100,000 estudiantes de ciencias e ingeniería para que obtengan títulos avanzados en el extranjero pasó casi desapercibida la semana pasada en medio del pánico mundial sobre una posible mora de Estados Unidos, pero merece que le prestemos atención: es la clase de medida que determinará cuáles países prosperarán en la economía del conocimiento del siglo XXI.
El ministro de ciencia y tecnología de Brasil, Aloizio Mercadante, anunció que, bajo el nuevo programa Ciencia Sin Frontera, el gobierno dará 75,000 becas, y el sector privado las restantes 25,000, para que los estudiantes saquen maestrías y doctorados “en las mejores universidades del mundo”.
Mercadante dijo que Brasil necesita ponerse al día con las tendencias mundiales en ciencia, ingeniería y tecnología, porque el país está muy retrasado en el ámbito de la innovación. Mientras que en Brasil el número de graduados en humanidades creció un 66 por ciento durante la última década, los graduados en ingeniería aumentaron tan sólo un 1 por ciento, dijo, según un artículo del diario O Estado de Sao Paulo.
Muchos brasileños reaccionaron con escepticismo. En los comentarios de lectores de los principales diarios del país, un lector señaló que el nuevo programa es “un cuento de hadas que nunca se materializará”. Otro lector dijo que se trata de “un golpe de marketing”. Un tercero vaticinó que “habrá muchos hijos de políticos que se van a ir a estudiar en el exterior”.
La crítica más común fue que los becarios que se irán fuera del país nunca volverán, porque no encontrarán trabajo en Brasil. “Y si vuelven, ¿tendrán que revalidar sus doctorados aquí?”, preguntó sarcásticamente un lector en el portal web del periódico Folha de Sao Paulo.
Pero la medida adoptada por Brasil forma parte de una creciente tendencia a la internacionalización de la educación superior. China, India y Corea del Sur han sido los países que más estudiantes han enviado al extranjero, sobre todo a Estados Unidos. Según las dos clasificaciones de las universidades del mundo más conocidas —el del Suplemento de Educación Superior del Times de Londres, y el de la Universidad Jiai Tong de Shanghái, China—, las universidades de Estados Unidos siguen siendo las mejores del mundo.
A juzgar por lo que vi en mis viajes a China, India y otros países asiáticos en años recientes, casi todas sus industrias clave, como la del sector informático de India, fueron creadas por estudiantes que se graduaron en universidades extranjeras, y tras trabajar en Estados Unidos o Europa volvieron a su país natal o invirtieron en el.
El año pasado, China tenía 441,000 estudiantes universitarios en el extranjero, India 170,000 y Corea del Sur 113,000. Comparativamente, Estados Unidos tenía 51,000 estudiantes en el extranjero, México 26,000, Brasil 23,000, España 22,000, Argentina 9,000 y Chile 7,000, según el informe “Global Education Digest 2010” de la UNESCO.
Como porcentaje de su población estudiantil, alrededor del 3.5 por ciento de los estudiantes universitarios surcoreanos y el 1.7 por ciento de los de China están estudiando en el extranjero, comparados con el 1.2 por ciento de España y Colombia, el 1 por ciento de México, el 0.4 por ciento de Brasil y Argentina, y el 0.3 por ciento de los estudiantes de Estados Unidos.
El presidente Barack Obama, señalando que Estados Unidos necesita tener más lazos con China, anunció en el 2009 un plan para aumentar a 100,000 el número de estudiantes estadounidenses en China, principalmente con fondos privados. A principios de este año, Obama lanzó una iniciativa similar, público-privada, para aumentar a 100,000 el número de estudiantes de Estados Unidos en Latinoamérica en los próximos años.
Chile lanzó en el 2008 un ambicioso plan de enviar 6,000 graduados por año a doctorarse en el extranjero, pero el plan fue reducido a la mitad por presiones económicas tras el terremoto del 2010.
Mi opinión: Brasil, como Chile antes, está en el camino correcto. Los brasileños se han dado cuenta que lo que antes algunos consideraban una “fuga de cerebros” se ha convertido en una “ganancia de cerebros” para los países que mandan estudiantes a las mejores universidades del mundo, invitan profesores extranjeros, crean titulaciones conjuntas con universidades extranjeras y se insertan en redes de conocimiento que duran toda la vida.
Es cierto, algunos de los científicos e ingenieros brasileños no volverán. Pero incluso ellos contribuirán a acelerar el desarrollo de su país natal, ya sea como inversores extranjeros, emprendedores o profesores visitantes, siempre y cuando se les de la oportunidad de hacerlo.
La globalización de la educación superior puede ayudar mucho a Latinoamérica, y también a Estados Unidos. Tal como me lo señalaron en India, no hay que tenerle miedo a la “fuga de cerebros”, porque tarde o temprano se convierte en una “circulación de cerebros” que beneficia a todos.
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