París, 7 de febrero de 1934.
Daldier, que se las daba de ser un hombre fuerte, ha dimitido. Ha difundido esta declaración: "El gobierno, que tiene la responsabilidad de mantener el orden y la seguridad, se niega a hacerlo recurriendo a medidas de excepción que pudieran causar más derramamiento de sangre. No desea emplear a los soldados contra los manifestantes. En consecuencia, he comunicado al presidente de la República la dimisión del gabinete".
¡Imagínate a Stalin, a Mussolini o a Hitler dudando en emplear tropas contra una multitud empeñada en derribar sus regímenes! Es verdad, quizá, que la revuelta de la pasada noche tenía como causa inmediata el escándalo de Stavisky. Pero la estafa de Stavisky muestra, simplemente, la podredumbre y la debilidad de la democracia francesa. Daladier y Eugène Frot, su ministro de interior, dieron de hecho permiso a la UNC para manifestarse. Deberían habérselo negado. Deberían haber tenido a mano esa noche suficientes efectivos de la Guardia Móvil para dispersar a la multitud antes de que la manifestación cobrara fuerza. Pero dimitir ahora, después de desbaratar un golpe fascista (porque eso es lo que fue, ¿no?), solo puede calificarse de extraordinaria cobardía o estupidez. Es de destacar asimismo el hecho de que los comunistas lucharan anoche en el mismo lado de las barricadas que los fascistas. Eso no me gusta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario