Correspondencias con Arcadi Espada


Buenos días Sr. Espada.

Leyendo Orwell en España me encuentro con esto:

“Lo único que el trabajador exige es lo que estos otros considerarían el mínimo imprescindible sin el que la vida humana no se puede vivir de ninguna de las maneras: que haya comida suficiente, que se acabe para siempre la pesadilla del desempleo, que haya igualdad de oportunidades para sus hijos, un baño al día, sábanas limpias con frecuencia razonable, un techo sin goteras y una jornada laboral lo bastante corta para no desfallecer al salir del trabajo”. Recordando la guerra civil española ¿enero de 1942? La fecha es aproximada. Parece que hemos mejorado desde Orwell.

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Don Alberto González da un par de datos y deja una pregunta en el aire. Yo dejo las mías: - ¿Qué es padecer hambre para FAO? Aquí la respuesta. - ¿Cuántas personas de esos 900 millones en el año 1800 serían consideradas hoy como personas que pasan hambre? - Las hambrunas han esquilmado a la población, en épocas recientes también. ¿Cuál es la relación entre las muertes por hambruna del año 1800 y el año 2010?

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Reitero mis felicitaciones para su espléndido Aly Herscovitz. Cenizas en la vida europea de Josep Pla. Algunos extractos: El exterminio de casi todos los judíos de la capital de Moldavia fue precedido por un clima de hostigamiento y ataque calumnioso en la prensa rumana contra este colectivo étnico; las autoridades rumanas alentaron el ataque y posterior pogromo sin tomar medidas para evitarlo, sino más bien lo contrario. No fue una acción espontánea y surgida del tradicional antisemitismo, como aseguraron algunos historiadores rumanos, se trató de una operación de aniquilamiento bien organizada y sincronizada. Ricardo Angoso. Rumania, El holocausto silenciado. «Al rato escuché unos gritos desgarradores, golpes contra la puerta y gemidos y quejidos. La gente empezó a toser. Su tos empeoraba a cada minuto, señal de que el gas había empezado a actuar. Entonces el clamor empezaba a reducirse a varias voces en un estertor sordo, ahogado de vez en cuando por la tos. Diez minutos más tarde todo quedaba en silencio. Cuando se abrían las puertas, los cadáveres que estaban arriba se desmoronaban como el contenido de un camión sobrecargado cuando se abre la compuerta trasera. Eran los más fuertes los que, en su terror mortal, habían luchado instintivamente por llegar a la puerta, la única salida, los que habían luchado por la remota posibilidad de salir (….) Los cadáveres que estaban debajo siempre eran de niños, ancianos y débiles, mientras que los altos y más fuertes quedaban siempre arriba. Sin ninguna duda los que estaban arriba habían trepado por los cuerpos que ya yacían en el suelo porque habían tenido la fortaleza de hacerlo y quizás también porque se habían dado cuenta de que el gas letal se extendía desde abajo hacia arriba (…) muchos tenían la boca abierta, con restos en los labios de saliva seca blanquecina. Muchos se habían azulado, y muchas caras estaban muy desfiguradas por los golpes. Casi todos ellos estaban mojados de sudor y orina, con manchas de sangre y excrementos, y muchas mujeres tenían las piernas manchadas de sangre menstrual. Entre ellas yacían los cuerpos de mujeres embarazadas, algunas de las cuales habían señalado la cabeza de su bebé justo antes de morir. (Filip Müller, Eyewitness Auschwitz). Lo cuenta Marcu Rozen en su libro Holocaustul sub guvernarea Antonescu, cortesía del genetista y presidente de la Asociación de Judíos Rumanos Víctimas del Holocausto Liviu Beris.

«En toda Europa los judíos fueron exterminados con distintos métodos: cámaras de gas, fusilamientos, hambre, etc. Pero su embarque en vagones herméticamente cerrados (…) y su asesinato por asfixia y deshidratación fueron utilizados sólo en Rumanía».

En el verano de 1941 corrieron esa suerte unos 5.000 judíos de Iasi. Después del bestial pogromo de los días 27 y 28 de junio algunos de los supervivientes fueron hacinados en trenes de ganado cerrados herméticamente en dirección a Podu Ilioaiei y Calarasi. Es el testimonio del ingeniero Iancu Tucherman, superviviente.

«A mí me subieron a un vagón en el que íbamos 137 personas (…) En el suelo había una capa de estiércol de cuadra, sobre el que habían esparcido polvo de cal viva. Viendo que las pequeñas ventanas del vagón estaban abiertas hacia el interior, un trabajador de la estación (…) cogió una escalera y las cerró desde fuera (…) El tren se puso en marcha. El estiércol y la cal viva empezaron a exhalar mucho calor (…) Estábamos en pleno verano y el calor se hizo insoportable. Sin aire, sin agua, después de la primera media hora tuvimos la primera víctima.»

«De sed, muchos comenzaron a beberse su propia orina; otros se volvían locos tirándose contra sus compañeros, buscando de un extremo a otro del vagón con desesperación y delirio una gota de agua o una bocanada de aire. Ya no nos dábamos cuenta de quién era un cadáver y quién no. Después de nueve horas de tortura (…) el tren paró en la estación de Podul Ilioaiei. Las puertas del vagón se abrieron. Del mío bajamos sólo ocho supervivientes. El resto, 129, habían muerto sofocados y deshidratados.» Leyendo su blook, y entendiendo la dimensión de la masacre y sus antecedentes, no creo que a nadie se le ocurriera bromear ni nada parecido. Creo que bromear con el sufrimiento ajeno no es conveniente, siempre es mejor hacerlo con el propio.

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Comentarle a Don Rubén González que no estoy capacitado para saber quien está por encima de quién, si Bélgica o Francia.

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Por último agradecerle todos sus textos por servir de referencia para saber lo que hay que leer y, mucho más importante, lo que no hay que leer. También agradecer a los corresponsales por sus muy atinados comentarios. Muy enriquecedores.

Saludos cordiales. Manuel Álvarez López.


Un lugar sin significado / Manuel Álvarez, 23 de enero de 2011.
 
Buenas Sr. Espada.  
 
En relación con su artículo Un lugar sin significado le comento mi experiencia personal. Desde octubre estoy trabajando en Amberes, Bélgica. Trabajo para una empresa de ingeniería. Además de Amberes he visitado otras ciudades como Bruselas, Brujas y Gante en Bélgica, y Ámsterdam en Holanda. No he encontrado una sola persona, pero ni una, que no hablara inglés, ni en mi empresa, ni en el supermercado, ni en la panadería, ni en la calle, etc. En mis estancias en Francia no me ha pasado lo mismo, la mímica siempre me salva porque mi dominio del francés es nulo. En España ya sabemos como estamos. 
Manuel Álvarez López.

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