Entrevista a Steven Pinker por Daniel Arjona

El Cultural.


Asesinatos, violaciones, torturas, ataques preventivos, guerras, genocidios. Nuestra era regó el tronco de la civilización con la sangre de millones de víctimas y parece justo premiarle con el título a la más violenta de la historia. Pero las metáforas no resisten bien la realidad. Reservemos la tétrica medalla y suspiremos aliviados. Nunca época alguna fue más pacífica que la nuestra. Es la tesis a la contra del psicólogo y neurocientífico de Harvard Steven Pinker plasmada en su libro Los ángeles que llevamos dentro, que publica Paidós la semana próxima. Nacer en el sangriento siglo XX fue cinco veces más seguro que hacerlo en una idílica comunidad tribal. Pero esperen, el asombro acaba de empezar.


El optimismo siempre tuvo mala prensa. Desalojado lo positivo de las portadas de los periódicos por una interminable secuencia de perros que muerden niños y niños que muerden perros, la pesadumbre anegó ideologías y modos de pensamiento, estudios y políticas. Gramsci clamó desde la cárcel por el optimismo de la voluntad pues a una razón que curioseara honestamente en torno suyo sólo le cabía el pesimismo. Pero, de pronto, la ciencia brindó una insospechada zapa al optimismo a golpe de razón.

Una nueva generación de científicos ha peleado en las últimas décadas por recuperar la poco fotogénica defensa del progreso humano. El psicólogo cognitivo Steven Pinker (Montreal, 1954) es uno de ellos. En 1981 quedó atónito al toparse con unas gráficas que mostraban que la Inglaterra del siglo XX era un 95% más pacífica que la del XIV. De 110 homicidios anuales cada 100.000 personas se había pasado a 1. Sólo 1. Cómo no tirar de ese hilo, un hilo que se convirtió en tela de araña que atrapó a todo el planeta y a la totalidad de la historia humana en forma de un libro sobre el declive de la violencia: Los ángeles que llevamos dentro.

De sus más de mil páginas, las primeras 628 forman filas como una fortificada legión de datos, gráficas y fuentes que dan fe de un vertiginoso descenso de la violencia desde las sorprendentemente belicosas sociedades de cazadores recolectores hasta nuestro muy pacífico presente. El ejército documental nunca fue más necesario para probar una afirmación que, al ser mencionada en una cena de amigos, suscita, en los mejores casos, sonrisas escépticas. 

Pregunta: ¿De qué forma les explicamos que, como usted afirma, “vivimos en la socidad menos violenta de la historia”?
Respuesta: Sus amigos deberían recordar dos lecciones de las clases de matemáticas. La primera es que la estimación de una tasa necesita tanto de un numerador como de un denominador. En el caso de las tasas de violencia, este último sería el número de ocasiones en que la violencia se produce. Sus amigos nunca ven a un reportero informando desde una ciudad pacífica de que, “por vigésimo tercer año consecutivo, no ha habido guerras en Nicaragua (o en Angola, Vietnam o Bangladesh)”. Las noticias tratan de cosas que ocurren, nunca de las que no ocurren. Tampoco vemos a nadie a la puerta de un hospital anunciando: “Siete personas han muerto hoy de viejas”. La segunda lección matemática es que una tendencia consta de, como mínimo, dos puntos en el tiempo, nunca de uno. Afirmar que “hay violencia hoy, luego el mundo es más violento que nunca” es la consecuencia de estos dos sencillos errores. En realidad, todas las estimaciones sobre el número de guerras y de muertos muestran un pronunciado descenso.

El sesgo de la memoria

P: ¿Qué tipo de autoengaño nos permite pensar que la violencia ha aumentado?
R: La gente calcula probabilidades a raíz de los ejemplos que puede recordar. Pero la memoria humana está sesgada y favorece la retención de episodios personales vívidos y tórridos. Recordamos las explosiones y la sangre, pero no tenemos mentalmente presente a toda la gente que ha muerto en paz. Además, nuestra mentalidad cambia, y nos hace más sensibles a la violencia que aún permanece. Hace 200 años, nadie hubiera considerado la pena de muerte como una forma de violencia -lo habrían llamado justicia-, y albullying entre menores lo habrían llamado chiquilladas. Sin embargo, hoy nos preocupa mucho más, y por eso vemos más violencia a nuestro alrededor.

P: La idea del buen salvaje rousseauniano que pintó como idílicas a las sociedades tribales es de nuevo el centro de sus ataques. ¿Qué debiera asustarnos más, vivir una guerra entre tribus o una guerra mundial?
R: Hablando proporcionalmente, las posibilidades de morir en batalla están en el mismo rango. En conjunto, vivir en el siglo XX resultaba al menos cinco veces más seguro que vivir en una sociedad tribal. 

P: ¿Rousseau es el enemigo público número uno?
R: Como todos los grandes pensadores, tenía ideas de diversa índole. Algunas de ellas eran erróneas -como el mito del buen salvaje- o incluso peligrosas -como la visión romántica de los cambios revolucionarios-, pero otras de sus ideas eran humanas -como que los niños deben ser educados en vez de castigados- e importantes -como sus novelas en las que suscita la empatía del lector.

El peso de la cultura

En 2002, en su monumental La tabla rasa (Paidós, 2005), Pinker desmontaba la creencia de que la cultura trabaja como un alfarero y moldea a voluntad una naturaleza humana no muy diferente de un bloque de plastilina. La evolución y la genética se alzaban como los principales responsables de nuestra conducta. En aquel libro fascinaba, por ejemplo, el relato de aquel par de gemelos univitelinos que, separados al nacer y criados por familias completamente diferentes, descubrían al encontrarse, ya en la edad madura, no sólo que vestían igual, escuchaban la misma música y votaban al mismo partido sino que... ¡ambos estornudaban en el ascensor cuando lo encontraban atestado! Pero, ¿y ahora? Si nuestros genes violentos pueden someterse, ¿es que ha mejorado su valoración del peso de la cultura en la conducta?
R: No es cierto, La tabla rasa no afirmaba que la cultura fuese irrelevante, sino que el error estriba en considerar que la cultura y la naturaleza humana son alternativas. La tabla rasa mantenía una amplia discusión sobre la cultura -incluido un capítulo entero dedicado al asunto-, pero argumentaba que la cultura no es una fuerza autónoma que se escriba sobre una tabla rasa o sirva para moldear una arcilla, sino que emerge como resultado de que la gente comparte el conocimiento entre sí y trabaja para alcanzar acuerdos acerca de cómo vivir.

Las cinco fuerzas pacificadoras

P: ¿Y cuál ha sido esa estrategia cultural que ha logrado encadenar a nuestros peores demonios?
R: Identifico cinco esenciales fuerzas pacificadoras: el gobierno, que penaliza la agresión; el comercio, que hace que otras personas sean más valiosas vivas que muertas; el cosmopolitismo, que anima a la gente a empatizar con los demás; la feminización, que devalúa al machismo y a las culturas violentas basadas en el honor, y la expansión de la razón, que considera la violencia como un problema cerca de su resolución.

P: Afirma que el intercambio comercial es un beneficioso agente pacificador. Hoy, en plena crisis mundial, con los mercados en el centro de todas las críticas, ¿cómo se atreve a reivindicar su fuerza civilizadora?
R: ¿Ha invadido Alemania a Grecia a causa de la crisis? ¿Irá Gran Bretaña a la guerra contra España? ¿Están China y Estados Unidos a punto de enfrentarse en una guerra? La reducción de la violencia no significa que todos los problemas humanos se vayan a evaporar mágicamente, o que las tensiones y conflictos vayan a desaparecer. Únicamente significa que no van a derivar en batallas con tanques e intercambios de artillería, como ocurría en el pasado.

P: Heinrich Heine escribió que las ideas de un solitario pensador pueden destruir civilizaciones. Pero usted afirma que otras ideas, como las de Kant, pueden también mejorarnos.
R: Tristemente, es mucho más fácil para un solo individuo -un Hitler, un Stalin, un Mao- provocar un gran daño que hacer mucho bien. Muchas de las fuerzas benévolas que describo han aparecido a través de cambios graduales de mentalidad que, poco a poco, se han extendido entre la población, pero no debido a la influencia de un solo pensador o líder. Pese a ello, existen algunos pensadores heróicos en lo que respecta a la reducción de la violencia. Citaré tres ejemplos: Cesare Beccaria, cuyo análisis de los castigos criminales ayudó a abolir torturas detestables; los forjadores de la Declaración de la Independencia y la Constitución de EE.UU., que establecieron la conveniencia de la democracia liberal, y Mahatma Gandhi, que explicó la lógica de la resistencia no violenta.

El fracaso del terrorismo

P: España ha sufrido durante muchos años la ideología violenta de la banda terrorista ETA. ¿Cómo podemos defendernos de las ideas asesinas?
R: La teoría comúnmente citada de que un cambio social progresivo sólo puede alcanzarse mediante la violencia es verdaderamente una idea criminal, y no responde a los hechos. La inmensa mayoría de los movimientos terroristas no logran ni uno solo de sus objetivos. Que no haya un estado vasco independiente es uno de tantos ejemplos (tampoco hay en Quebec, Palestina, Kurdistán, Tamil, Eelam...). Además, un reciente estudio ha mostrado que los movimientos de resistencia no violenta, como los de Filipinas, Suráfrica y Egipto, tienen el triple de posibilidades de conducir a cambios de régimen que los movimientos de resistencia violenta. Me gusta pensar que, si estos hechos fuesen más conocidos, habría menos movimientos violentos.

P: Precisamente el mundo musulmán es hoy uno de los focos principales de violencia. ¿Es usted optimista sobre el resultado de las revoluciones árabes? ¿Qué quedará? ¿Democracia o fanatismo religioso?
R: Nadie lo sabe, pero la historia nos enseña que, cuando se pone en marcha una campaña mundial para eliminar alguna práctica violenta, a largo plazo triunfa. La esclavitud fue una vez legal en todas partes del mundo, y los movimientos abolicionistas del siglo XVII podrían haberse tachado de románticos e inútiles. No triunfaron inmediatamente -en EE.UU., hubo una Guerra Civil por este asunto-, sino que fueron gradualmente conquistando el mundo, incluidos los países islámicos, como Arabia Saudí o Yemen, donde no la abolieron hasta 1962, y Mauritania, que fue el último Estado en abolirla, en 1980. Lo mismo puede ocurrir con las campañas contra las dictaduras, la guerra y la violencia contra las mujeres: llevará algún tiempo que penetren en las zonas más atrasadas del mundo, pero la historia está de su lado.

Seis tendencias, cinco fuerzas históricas, cinco demonios interiores y nuestros cuatro mejores ángeles completa el estudio de Pinker, una narración bien divertida, pese a los muestrarios de torturas y las efusiones sanguíneas, en la que por primera vez se registra qué hemos hecho bien después de todo.

Moralistas y activistas

P: ¿Es esa su última provocación, que a estas alturas del partido el Bien gana por ahora al Mal?
R: Hay un principio general de la Psicología según el cual el Mal es psicológicamente más poderoso que el Bien. Prestamos más atención, y nos afectan más los acontecimientos malos que los buenos, incluso cuando los buenos son intensos. Las críticas duelen más de lo que ayudan los elogios. La gente detesta perder más aún de lo que disfruta ganar. Resulta fácil imaginarse en un estado mucho peor al actual que en otro mucho mejor. Además, los moralistas y activistas políticos tienen incentivos para decir que las cosas son terribles y están empeorando; de otra forma, ¿quién los escucharía?”.

P: Tiene fama de ser un pensador a la contra. ¿Le gusta sentirse un destructor de mitos?
R: Como psicólogo, soy la peor persona posible para evaluar mi propio rol. Aunque, en el fondo, me gusta pensar que estoy buscando verdades, explicaciones y entendimiento. Lo que a veces implica criticar mitos que veo que se interponen en el camino hacia la comprensión. Pero mi motivación primaria tiene más de positiva (explicar cosas) que de negativa (criticar cosas).


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