Juan Abreu sobre Julian Schnabel


He estado dos veces en el llamado País Vasco. No me quedaba otro remedio. Tenía que ver el Museo, esa fue una vez. Muy bonito. La segunda, me invitó el cineasta y pintor Schnabel, para que le hablara de Arenas. Quería documentarse para la película. Después no hizo caso de nada de lo que le dije y se inventó un Reinaldo muy pájara y un Coco Salas macho dominante ¡Coco!, y hasta le atribuyó una de sus novelas a un amigo. ¿De dónde habrá sacado todo eso?

Me quedé una noche en la casa de Schnabel. Un lugar estupendo. En la ladera del Monte Igueldo. Con vistas a la bahía. En general, fue muy amable Schnabel. Conversamos hasta tarde esa noche. Cuando ya me iba a meter en la cama, se asomó a la puerta de la habitación de invitados y me dijo: en esa cama durmió ayer Bob. Ah. Bob de Niro. Oh. Como si a mí eso me importara un carajo.

Al otro día me enseñó su estudio. Pintaba un retrato. Cogió un cubo de resina y lo vertió encima de la tela. Me pareció muy interesante. Más tarde me invitó a comer en la cocina del San Martín. Desde la casa de Schnabel bajamos caminando al restaurante. Tenía allí una mesa permanente. Una experiencia feraz. Nos acompañó la señora Schnabel, una mujer muy hermosa, de porte distinguido.

Recuerdo haber paseado por la Concha, una playa más para focas que para seres humanos. Fui hasta los famosos peines de Chillida. No me parecieron gran cosa. Había en la atmósfera de la ciudad algo campesino, tenebroso y bruto. Ese algo siniestro que siempre tiene la cosa rural. Pero potenciado. Como convertido en moral.

No he vuelto a portarme por allí.

Y ya que hablo de viajes. Mañana la luz del Sur.

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