Notable libro de Indro Montanelli. El libro es una colección de artículos, a su vez reunidos en dos libros anteriores, Personajes y Gente cualquiera.
Me han interesado más los artículos dedicados a gente conocida que los dedicados a gente de su entorno. Pero en todos prima una manera de escribir muy sencilla y una visión muy personal. El autor se centra en aspectos personales, o que a él le han llamado la atención. Incluso violando el off the record.
Recomiendo el libro a todos los que les guste el periodismo y que quieran conocer la opinión de Montanelli sobre distintos personajes: Fleming, Dalí, Fellini, Ben Gurion, Golda Meir, y muchos más.
Aunque en el prólogo de Arcadi Espada no deja en buen lugar sus Memorias de un periodista, a mí me gustaron más esas que este libro. Aunque ambos son recomendables.
Lo incluyo entre mis libros.
Destaco algunos fragmentos del texto:
(M)e enseñaron (sus luchas en la infancia) a apreciar los ejércitos profesionales más que los de leva; a desconfiar del entusiasmo, a considerar catastrófica la aplicación de la demagogia a la milicia, a deplorar la inflación de las palabras, de aplausos y de condecoraciones (...), y a dudar del heroísmo de los héroes. (Páginas 19-20).
Estas palabras me recuerdan las de George Orwell en Homanaje a Cataluña: En todas las contiendas pasa lo mismo: los soldados combaten, los periodistas vociferan y ningún superpatriota se acerca jamás al frente, salvo cuando hay una brevísima gira de propaganda.
Usted me entiende - me dice (Valentín González "El Campesino"), (...) -, en nombre del comunismo yo he matado mucha gente. La he matado con estas manos, (...) y mucha más habría podido matar, si se me hubiera puesto a tiro...Sí, he matado ,mucha gente; no tanta como han dicho las gentes de Moscú que han hecho recaer sobe mí las atrocidades que ellos cometieron, para aureolarme de terror, pero mucha, mucha... ¿Y qué hago yo ahora con esos cadáveres? No me pesaban mientras creí haber matado por una causa justa, y les enterré. Pero ahora... Mira usted están todos aquí y no sé dónde meterlos. (P. 238)
¿Cree Dalí en lo que dice? No tiene importancia, puesto que lo dice como si lo creyese, y sin preocuparse lo más mínimo del efecto que suscitan sus palabras sobre el interlocutor. Las pronuncia en un pérfido francés y con un grave tono de voz, diferente, sin embargo, al de Lorca. (P. 271).
¿Orgullo consciente? ¿Mitomanía? ¿Deseo de asombrarme? Dalí, al hablar, no me mira a la cara, no se preocupa lo más mínimo de observar si le creo o no. Sabe muy bien que, si no le considero un genio, como se proclama, debo por fuerza considerarle un loco: lo cual, a efectos de éxito, vale otro tanto, si no acaso más. Probablemente, sólo se ofendería si adivinase lo que en realidad pienso de él: que no es genio, ni loco; pero se hace lo uno y lo otro con insuperable maestría. (P. 272).
En torno, los cuadros de las paredes testimonian la verdad de cuanto está diciendo (Dalí): las formas gráficas del alto Renacimiento, imitadas con inigualable perfección, documentan las monedas negras de sudor de este frenético trabajador que dedica dos horas diarias a exhibir su locura, pero que se pasa más de catorce ante el caballete, persiguiendo con implacable tenacidad escorzos de perspectiva, efectos de luz, armonías arquitectónicas, y, en suma, todo lo que el oficio puede procurar a la fantasía inventiva. Toda la grandeza de Dalí radica en esa industria artesana, casi académica, que nada tiene de la genial locura que se le atribuye, o por lo menos la sostiene con tan sólidos puntales que hace aceptar su engaño. (P. 272-273).
Con esa misma simplicidad afrontó (Perón), hace unos meses, el problema de las relaciones con la Iglesia y respondió a quienes trataban de retenerle de dar los peligrosos pasos que se disponía a emprender. Pero no lo hizo solamente desde el balcón y para uso de los descamisados. Lo hizo en su despacho presidencial de la Casa Rosada con cuantos acudieron a consultarle y a aconsejarle. "¿Anticatólico, yo? - le dije al nuncio apostólico -. ¡Mire! - Y señaló al crucifijo que pende del techo sobre su cabeza-. Tengo otro a la cabecera de la cama en mi quinta. Y cada noche me arrodillo ante él y rezo. Rezo por el alma de mi inolvidable compañera..." Y ahí la voz se le quebró en un sollozo que a la par le rompió el corazón al prelado. El cual se volvió a casa convencido de que todo eran habladurías. El presidente le había contestado a todos sus requerimientos: "¿Cómo no? No hay problema...". Y, una vez hubo salido el nuncio, estampó la firma en la ley que ordenaba exactamente lo contrario de lo que había prometido. (P. 335).
...traigo
ResponderEliminarsangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
MANUEL
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE STAR WARS, CARROS DE FUEGO, MEMORIAS DE AFRICA , CHAPLIN MONOCULO NOMBRE DE LA ROSA, ALBATROS GLADIATOR, ACEBO CUMBRES BORRASCOSAS, ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER ,CHOCOLATE Y CREPUSCULO 1 Y2.
José
Ramón...
Gracias maestro. Todo un detalle.
ResponderEliminar