Lo que favorece la corrupción, en suma, es un sistema que deja en manos de seres humanos -capaces a veces de ser grandes, sí, pero casi siempre débiles y míseros- decisiones arbitrarias de las que dependen mucho dinero y muchos negocios; un sistema que reparte miles de millones en subvenciones o contratos en procesos controlados por hombres y mujeres que son como usted y yo: buenos, malos, regulares, necesitados…
El Partido Socialista considera que la embajada española de los Estados Unidos no puede invitar a diversos think tankers locales a que conozcan el punto de vista de un grupo (diría «relevante» si no estuviera yo) de españoles, que defienden la continuidad de la democracia en su país y la necesidad de que cualquier reforma sustancial del Estado sea pactada entre todos los ciudadanos. Este, sin duda, es el momento en que el castizo se para, templa y dice inclinando sagazmente la oreja: «¿Perdón...?»
Por el contrario, gana adeptos la Teoría Monetaria Moderna, que sostiene, entre otras cosas, que la soberanía monetaria de un Estado le permite aumentar el gasto público e incurrir en déficit tanto como políticamente se esté dispuesto a ello, ya que, como emisor de moneda, el Estado nunca podrá quedarse sin dinero. Lo cual convierte al Estado en un poderoso empleador, que, en caso de necesidad, puede crear tantos puestos de trabajo como sean necesarios y remunerarlos con nuevo dinero. Una teoría que si bien resulta interesante, tiene algo de mágico, de irreal. Pues cuesta creer que todos los problemas puedan resolverse sencillamente emitiendo más dinero. O que el déficit y la deuda no tengan importancia alguna.
Zarparon el 22 de julio, y tras proveerse de víveres por la fuerza en Penmarch y otros puertos dominados por los protestantes franceses (así de precaria era su situación), cruzaron el mar apresando algún pesquero británico para obtener información, aparte de las que proporcionaba un capitán inglés católico embarcado en la expedición, Richard Burby, y en la mañana del 2 de agosto llegaban a la costa más occidental de Cornualles, en la bahía de Mounts, entre los cabos Lizard y Lands’End.
Los períodos electorales son, como afirmó hace años la Escuela de la Elección Pública (Public Choice) y he expuesto en otras ocasiones, una suerte de idilio o cortejo en el que los candidatos y partidos persiguen el afecto de sus votantes, casi siempre con promesas de gastos, rebajas de impuestos u otras medidas que beneficien a los cortejados, con frecuencia a costa de los demás ciudadanos. El beneficio individual será muy visible para los agraciados, mientras que su efecto global externo será ignorado, o despreciado como el "chocolate del loro".
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